“Cuando hemos querido incorporarnos e iniciar un momento expansional en África, no se nos ha ocurrido cosa más chusca para justificar nuestras miras que sacar a relucir a Isabel la Católica y su testamento, a Cisneros y todos los demás tópicos de nuestra gran bisutería histórica”. (Azaña).
Confieso que, ante la música militar y los desfiles, me sucede lo mismo que a Brassens. Pertenezco a una generación en la que, dentro de la simbología oficial, la enseña patria se identificaba con cuarteles y estancos, águila imperial incluida. Me tocó vivir un tiempo en el que los colores patrios se pegaban a las correas de los relojes y a los monederos, algo ciertamente muy ilustrativo. Y, ante todo y sobre todo, la España oficial bailaba al ritmo de pasodobles y las fiestas se celebraban con bollos grasientos de chorizo y vino peleón. En una palabra, la España oficialmente existente era aquella a la que se había referido Machado, «de charanga y pandereta». Y nunca pude sentirme identificado con nada de todo aquello.
Y, ahora tras más de cuarenta años de democracia, más o menos imperfecta, más o menos tutelada, cada 12 de octubre se repiten los topicazos y los mismos ataques a la inteligencia. Hay quien dice que el Descubrimiento de América supuso, ante todo y sobre todo, un genocidio. No seré yo quien esgrima discursos ‘patrioteros’, ni tampoco quien niegue evidencias. Solo me permito al respecto dos observaciones. Primero, España, como imperio colonizador, no fue más cruel que otros países. Segundo, a muchas personas que hablan de semejante cosas les vendría muy bien tener en cuenta algo muy elemental que se llama contexto histórico. Juzgar y condenar con parámetros actuales episodios históricos que tienen más de 500 años supone incurrir en dislates intelectuales afrentosos contra la inteligencia.
Y, por otra parte, la madre de todas las preguntas al respecto sería ésta: ¿Cómo es posible que, en esos 40 años largos de democracia, no se haya recuperado aquella otra España, de la que también hablaba Machado, la del cincel y de la maza, la de la rabia y la de la idea, o, al menos, una España ilustrada, culta, que nada tiene que ver con los pasodobles, el vino peleón, el nacionalcatolicismo, y así un largo etc.? A aquella España se refería Azaña en estos términos: «España no ha sido siempre un país inquisitorial, ni un país intolerante, ni un país fanatizado, ni un país atraillado a una locura, locura que algunas veces pudo parecer sublime(…) A lo largo de toda la historia de la España oficial, a lo largo del cortejo de dalmáticas v de armaduras y de estandartes, que todavía se ostentan en los emblemas oficiales, a lo largo de toda esa teoría de triunfos o derrotas, de opresiones o de victorias, de persecuciones o de evasiones del suelo nacional, paralelo a todo eso ha habido siempre durante muchos siglos en España un arroyuelo de gentes descontentas, del cual arroyuelo nosotros venimos y nos hemos convertido en ancho río».
¿Día de la Hispanidad? Para unos, la charanga y la pandereta. Para otros, desconocimiento de algo llamado contexto histórico. Y, en medio de todo ello, está la mejor España, intelectual y científicamente hablando, que no solo no ha sido recuperada, sino que ni siquiera es recordada por quienes deberían reclamarse sus herederos: por eso que llamamos izquierdas, que, en algunos casos, solo son siglas; izquierdas que, en otros casos, no son más que consignas que se sueltan desde los topicazos, nunca desde la clarividencia que da el conocimiento, clarividencia que exige y demanda esfuerzo.