Sin máscaras que oculten las debilidades de la condición humana, sin armaduras que impidan acercarse a lo mucho que hay de vulnerable en los personajes que protagonizan los diecinueve relatos de este libro, sin concesiones a lo complaciente, sin edulcorantes a la hora de resolver los desenlaces de las historias, sin añagazas que nos desvíen de lo esencial. Esto es lo que va a encontrarse el público lector de “Convalecientes”, el último y excelente libro de relatos de Pablo Sanz, escrito con una lograda voluntad de estilo, comprometido con una de las grandes exigencias del relato, es decir, alambicando lo esencial no sólo de la historia que se nos cuenta, sino también y sobre todo de lo que sufren, sueñan, temen e imaginan los protagonistas, tanto en sus peores pesadillas como también en sus deseos más profundos que, por lo común, están muy lejos de cumplirse.
En su momento, Horacio Quiroga planteó que un relato viene a ser una novela despojada de ripios. Esto lo lleva a cabo con envidiable fortuna Pablo Sanz en el presente libro. No sólo se orilla lo que no es esencial; además pone ante nosotros la realidad más vulnerable y poética de los protagonistas.
Aquí no hay tramas trepidantes, aquí no hay desenlaces estridentes. Aquí lo que hay es el hondón de todo aquello que se oculta y se solapa y que, sin embargo, protagoniza lo que sentimos y pensamos en nuestra soledad más absoluta, en aquella que no tiene asideros.
De principio a fin, nos encontramos con una prosa poética admirablemente cuidada. De principio a fin, la palabra que asiste a los personajes, que los explica ante ellos mismos y ante el público lector que asiste a sus congojas y sueños.
Más voz que imagen. Más palabra que acción. Más temores y deseos que hechos propiamente dichos.
Vulnerables y convalecientes.