El jefe del Estado se instaló en la ambigüedad o la falta de contundencia frente a de determinadas actuaciones de su progenitor que no están presididas por el rigor ético Se echaron en falta alusiones mucho más claras a la transparencia y la honestidad ‘Ninguna aspiración revolucionaria o progresista pasará de ser una utopía […]

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Algunas acotaciones sobre el discurso regio

Discurso del Rey: El Rey se desvincula de la conducta de su padre y dice  que los principios éticos deben cumplirse «sin excepciones» | El Correo

 

El jefe del Estado se instaló en la ambigüedad o la falta de contundencia frente a de determinadas actuaciones de su progenitor que no están presididas por el rigor ético

Se echaron en falta alusiones mucho más claras a la transparencia y la honestidad

‘Ninguna aspiración revolucionaria o progresista pasará de ser una utopía infecunda, si no se apoya en las cuatro columnas fundamentales del Estado republicano: el ser humano libre, la nación independiente, la sociedad justa y solidaria y el pueblo soberano’. (Fernando Valera).

Discúlpenme la obviedad. Un discurso, sea protocolario o aspire a alcanzar cierta transcendencia, además de letra, tiene música. Y, si su puesta en escena es televisada, apenas cabe hablar de detalles insignificantes.

Pues bien, en el discurso de Nochebuena en el que el actual jefe del Estado se dirigió al país resultaría imposible estar en desacuerdo con las apreciaciones que manifestó sobre el inmenso dolor que estamos padeciendo a causa de la maldita pandemia que tanto daño nos viene ocasionando. Muy distinta cosa es que hubiese cabido esperar mayor énfasis en sus palabras, una actitud más conmovida y -¿por qué no?-, conmovedora. De todos modos, las alusiones fueron indiscutiblemente oportunas y justas.

Pero, en todo caso, al menos desde mi punto de vista, si hubo algo que se echó en falta fueron las alusiones mucho más claras y explícitas en torno a la transparencia y a la honestidad en la vida pública.

El caso del rey emérito no puede ser más claro. Sí, es cierto, el actual jefe del Estado tomó medidas al respecto, empezando por la residencia de su antecesor y continuando por el recorte de honorarios públicos. La pregunta es si esas decisiones son suficientes para dejar bien claro el alejamiento, físico y mental, de su padre. ¿Alguien se anima a responderla?

Miren, llega un momento, sobre todo en este país, en el que hay cosas a las que no podemos seguir mirando de soslayo. Si hablamos del rey emérito, aun sin poner en duda en ningún momento que hizo cuando estuvo en su mano para que nuestro país diese el paso de una dictadura a la democracia, en modo alguno se puede considerar justo que, a cambio de ello, presuntamente, se haya podido ahorrar la carga impositiva correspondiente, que seguro que no fue pequeña, de unos dineros cuyo origen y destino están siendo investigados.

No quiero decir con esto que Felipe VI tendría que haberse pronunciado al respecto hasta el último detalle, pero tampoco quedarse en generalizaciones. Y creo que incurrió en esto último.

‘El Estado tradicional, es decir, la monarquía, se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertenecen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y lo sufren todo sin rechistar’.

Estas palabras que acabo de reproducir las escribió Ortega y Gasset en el artículo periodístico de opinión más influyente que se publicó en la historia de España, en noviembre de 1930. Pregúntese el lector si lo considera actual.

Pues, miren, hay dos grandes reparos que, desde mi óptica, cabe plantear al discurso regio. Una de ellas es la ambigüedad o la falta de contundencia frente a actuaciones que no están presididas por el rigor ético.

Y la otra tiene que ver, más que con el discurso navideño en sí mismo, con eso que llamamos excelencia. Se insiste hasta la saciedad en la profunda y completa preparación académica del actual Rey de España.

Sin poner semejante prédica en duda, cabe preguntarse si no es muy contradictorio que una persona con un nivel de conocimientos asombroso presida un país en el que tal cosa no se valora desde hace mucho tiempo, gracias en gran parte a los nefastos sistemas educativos que han venido imponiéndose.

Reparen ustedes en la paradoja que sigue: lo que, según parece, es un factor de primer orden para ejercer con éxito el cargo de jefe del Estado, sin embargo, no parece imprescindible para asumir responsabilidades altas en el resto del país.

Desde luego, para el caso que nos ocupa, no se podrían alegar cuestiones de exclusividad genética. La ciencia y la historia se encargarían muy pronto de echarlas por tierra.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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