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Víctor Manuel Márquez Pailos

Desde el silencio

Miedo al otro

“No se puede dialogar con el otro si primero no se reconoce y asume lo propio”. He aquí una sentencia de firmeza inquebrantable. Pero, ¿qué es “lo propio”? En el diálogo interreligioso lo propio es el propio credo; en el debate ideológico, las propias ideas; en la tertulia, las opiniones propias de cada cual. Ahora bien, “lo propio” cambia de sentido, a mi parecer, con el orden que ocupa en el diálogo. No tiene el mismo sentido cuando ocupa el primer lugar que cuando éste lo ocupa el otro, creyente, pensante u opinante del caso. No es lo mismo empezar por escuchar que por “asumir lo propio”.

No es que “lo propio” no sea valioso. Al contrario, gana en valor cuando no es lo primero, cuando lo primero es el otro. Su significado será el mismo en cualquier caso. Su sentido, en cambio, su valor y capacidad de elevar lo humano, de transformarlo, llegará a la luz cuando “lo propio” sea recibido como expresión sublime de la humanidad común. Por eso yo diría, más bien que “no se puede dialogar con el otro si finalmente no se reconoce y asume lo común”.

Reconocer y asumir la humanidad común de los creyentes y pensantes me parece a mí la tarea que hoy tienen ante sí las grandes religiones, el cristianismo y el islamismo. Porque el fundamentalismo islámico, en su celo por “lo propio”, no debería ocultarnos los peligros del fundamentalismo cristiano y católico. Uno y otro intentan usurpar el lugar del otro: aquel, sembrando el terror; éste, el miedo al otro, terrorista en potencia. El lugar del otro, sin embargo, permanece vacío en tanto no sea ocupado por cristianos y musulmanes dispuestos a reconocer en el rostro del otro el rostro del Dios vivo. Y bien, ¿no es esto pensar la Trinidad?

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