Estamos en días de celebración. El solsticio de verano o su equivalente cristiano, la noche de San Xuan, es, para las culturas campesinas, uno de los momentos del año en los que la magia y los poderes sobrenaturales eclosionan con toda la fuerza que las creencias populares les otorgaron desde tiempos inmemoriales.
En el Suroccidente de Asturias, la celebración posee una gran riqueza y complejidad por la variedad de ritos existentes. Estos se pueden agrupar en dos vertientes bien distintas: por una parte están los relacionados con la magia, destinados a cumplir deseos, ahuyentar males, curar enfermedades; y, por otra parte, están los ritos festivos que, protagonizados por los mozos de los pueblos, consisten en hacer bromas o fechorías tales como esconder objetos, cambiar cosas de lugar o quitar las portillas o cierres de los prados o tierras.
En cuanto a los primeros, además de las omnipresentes fogueras, una de las creencias más extendidas, en lo que al Valle del Ríu Xinestaza se refiere, es la de que la noche de san Xuan es el momento oportuno para coger la flor de saúco, planta medicinal por excelencia, y hacer acopio de ella para el año. Aunque se aplica a múltiples y muy variadas enfermedades, se considera particularmente eficaz para tratar las afecciones de la vista. La rosada de la noche más corta del año tiene poderes especiales y se creía que revolcándose al amanecer entre el verde cubierto de rocío se curaba la sarna. Uno de los momentos en los que la capacidad mágica de esta noche se hace más patente es con la primera luz del alba. Es entonces cuando la clara de huevo, que se depositó en un vaso con agua la noche anterior, se convierte en un barco velero y es la ocasión de pedir aquello que más se desea. Por supuesto, también existe la costumbre de enramar fuentes y puertas y ventanas de casas, especialmente aquellas en las que hay jóvenes casaderas.
De las trastadas, hay una que está presente de forma especial en la memoria de la gente de La Pontecastru. Un año un vecino se encontró a la mañana siguiente con la desagradable sorpresa de que el carro del país en el que iba a cargar la hierba curada en días anteriores no estaba en el sitio habitual. Lo buscó sin éxito hasta que alguien lo informó de que se encontraba junto a una peña, en uno de los lugares más recónditos del valle, atado en lo alto de un árbol. Tuvo que pedir ayuda a muchos de sus convecinos e incluso se dio el caso de que algunos de los que participaron en la broma tuvieron que ayudar en la recuperación, por supuesto sin que el afectado supiera nada de la curiosa coincidencia. Se necesitaron un buen numero de hombres forzudos para desenganchar el carro del lugar donde estaba y bajarlo a tierra, igual que se habían necesitado unos cuantos mozos para llevarlo hasta allí. Hoy nada de esto sería posible. Falta lo más importante en los pueblos: el capital humano.
Que todas las fuerzas mágicas de la noche de San Xuan se conjuren para salvar a nuestro mundo rural del abandono en el que se encuentra. Eso le pido a mi barco velero.