En el fondo del mar, muy en el fondo, han de ocurrir cosas de esas que sólo ocurren en los cuentos para niños y que tanto disfrutamos los niños de ayer. Allí mismo, sin más luz que la de la imaginación los peces han de ir a la escuela en caracolas, asustar a los chiquitos en buques hundidos por Drake y sus secuaces allá por el año del imperio español, ir al autocine en la cabina coralizada del último kamikaze, tomarse un tentempié con el más pequeño de turno, tener pesadillas con el enigmático sushi, jugar al tiovivo temerario alrededor de los anzuelos y reírse abiertamente con los visitantes ocasionales, los sapos cantarines. El sapo es el animal más ilusionante del panorama cuentista, el más encantado consigo mismo o por los demás, el que más reniega de su naturaleza, el sempiterno aspirante al hijo del rey pitufo. Cuántas cosas caben en un buen sapo de felpa y, no se puede negar, puestos a croar que bien cantan. Crokoo es un poco de todo eso, nació de una canción y no habla ni croa, sólo canta, siempre canta, menos cuando se ducha. Es un sapo como cualquier otro que vive rodeado de pirañas amarillas en un bello macuario y que aspira a la gloria eterna emulando a La Voz. “Voy a grabar un videoclip” me dice cantando, y yo le creo porque en el fondo, muy en el fondo, me lo creo casi todo.
Crokoo es además una prueba de un personaje para una animación en flash que planeamos entre unos colegas del foro de macuarium y que nunca acabaremos, naturalmente. Hacédlo girar, le gusta bastante.
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