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Daniel Castaño

El desván de los ñoños

Ñoñerías 9 a 12: Los Demás

El ser ñoño no es óbice para ser más cosas, o al menos intentarlo. Los demás pueden pensar que ser ñoño implica poca sustancia, poco carácter, mucha ingenuidad, mucha ganas de endulzar sin motivo lo amargo y pocas ganas de asumir la cruda realidad. A mi me parece que la realidad se asume o no independientemente de cómo la traduzcamos luego, son problemas distintos. Traducirla en una buena cara ayuda casi siempre, a uno mismo y más a los demás.
De los demás el ñoño piensa bien a priori. Hace mucho que me cansé de la gente que piensa mal por defecto, el “piensa mal y acertarás”, del vecino de arriba o del famoso omnipresente. Yo prefiero pensar bien y llevarme un chasco llegado el caso con el vecino y pensar para siempre bien del famoso al que nunca conoceré y que nunca me regalará por tanto chasco alguno. Prefiero no buscarle tres pies a las buenas acciones, no necesito echarlas abajo en un intento de justificar el hecho de que no soy yo quien las hago, no necesito dudar del beneficio real de tales acciones en otro intento de justificar lo mismo. Estoy bastante harto de justificaciones, del mirar para otro lado, del no tener la culpa nunca. No existe nada más falsamente acusado en este país que el empedrado, al que habría que escribir algún día una justa oda al inocente. Igual me animo algún día, quien mejor que un ñoño para hacerlo.
En las escuelas hace mucho que sobra alguna asignatura y falta la empatía como tal. No sé si se puede aprender, pero se podría intentar. Mientras tanto los afortunados que podemos permitirnos reflexionar alegremente podríamos practicarla más a menudo. No cuesta nada probar.  

Las tres páginas mostradas a continuación aparecieron en su día en el inefable y pizpireto Ojodepez, en el mismo orden pertenecen a los números 62 “Supervillanos”, 63 “Deformidades” y 64 “Vergüenza”. No dejen de visitarlo amigos, no produce escozor, o lo produce del bueno.



 

Sobre el autor

Por si a alguien le importa lo bastante como para reclamar, aquí presento las señas: Daniel Castaño, ilustrador, dibujante de cómics, humorista gráfico, farolero y ñoño practicante. Nací en el sur, allá abajo de casi todo, en un lugar tan chico como bien lindo al oriente de su homónimo cauteloso. Asturiano por parte de mi padre Aniceto y gallego de mi madre Amalia, adoptado por la tierrina hace tanto que ni me acuerdo. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo, y trabajé algunas veces aquí, en El Comercio, y algunas veces allá, en Gráficos y otros sitios perecederos. Ahora tengo treinta y unos cuantos, aunque me gusta aparentar que no me importa aparentar bastante menos de lo que me gustaría. En realidad allá por los 16 encontre mi cima, creo. Con eso y con todo me paso la vida dibujando. De chico pensaba que para cuando tuviera edad de merecer, podría ver los frutos de mi inversión en tanto tiempo perdido entre dibujos. Perdido, que no añorado. Cuando llegue a esa edad, se lo cuento.


abril 2007
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