De tanto en tanto la humanidad llega a la conclusión de que para encontrarnos aquí abajo es menester mirar allá arriba, sobre las montañas, de planeta en planeta, entre las estrellas. No es una esperanza vertida en andanzas zodiacales, no, se trata más bien de filosofar con el sentido de nada, de buscar la respuesta empírica al principio de todo. Hace más de cuatro años empezó como si nada, mirando a las estrellas, una columna de opinión gastrológica y no, no he equivocado el término. Empezó hablando de sí misma y presentando las credenciales de lo que podía ser, o no ser, explicando que ella no hablaba de comida, que ella charlaba de la vida agarrada a la excusa culinaria. Y qué vida, carajo. Uno no ha vivido mucho y se deja impresionar por la experiencia del caballero mundano, vividor, sufridor, trascendente y ufano, aquel que habla de vividas y no de oídas, ése al que el camino le ha dejado callo. Si, además, habla desde el gracejo y la irreflexión bien pensada, el que escucha está de enhorabuena. Puede sin miedo poner el agua a hervir (aunque el microondas le quitara el romanticismo a la caldera, o a la pota, la olla o el cazo), y darle buen uso en un inodoro té con limón. Puede con gusto prepararse algo de picar, unos taquitos de queso de bola y algo de jamón de la sierra, sin exagerar, el punto de media mañana o de tarde entera. Y sin temor a chocarse con decepción alguna puede acompañar el piscolabis con la lectura de los jueves, al final de “El yantar”. La combinación es personal y transferible pero, se lo digo yo, un inculto papanatas del comer, el resultado es un deleite para los sentidos.
Más o menos por las mismas fechas al mismo papanatas se le encargó irresponsablemente que ilustrara semanalmente la columna del gastrólogo, casi nada. ¿Cómo se ilustra el deleite? Estoy seguro que muchos de ustedes habrán pensado en alguna ocasión aquello de “¡¿Para qué –exabrupto opcional– me a va a servir el álgebra en la vida real?!” Esas ocasiones solían estar unidas a momentos de ofuscación profunda ante algún ejercicio que superaba obstinadamente nuestra capacidad del momento. Pues bien, creo recordar a un inefable profesor de diseño que nos masacró en su día con un ejercicio relacionado con dibujar de manera muy simple ciertos conceptos genéricos. En mi obstinada ofuscación del momento no comprendí del todo la aplicación práctica de aquello y, años después, me fui a caer del guindo. La pena es que no recordaba “deleite” entre tales mortificadores términos genéricos. Y la verdad es que el álgebra no me ha venido a servir ni para un pimiento.
No me quedó más remedio, pues, que darle vueltas a las revueltas del texto; intentar por todos mis modestos medios interpretar lo que parecía decir globalmente, o acotar un párrafo evocador, o dibujar esa anécdota divertida, o huir de la primera idea feliz, o aferrarme a ella desaforadamente. Todo ese sinsentido parió el dibujo que se ve arriba , y resultó ser el comienzo de una sucesión de rectangulares aportaciones que semanalmente completan a su izquierda la opinión del insigne José Maunel. ¿Con éxito? Con éxito dispar, pero con un placer inexcusable. Vilabella pretende hacernos ver que viene de vuelta pero en realidad no hay que estar muy avispado para comprender que vuelve a estar de ida, redescubriendo el paisaje, riéndose con sonrisas viejas de los motivos nuevos o que pretenden serlo, asombrándose más veces de las que reconoce, disfrutando del camino, sentándose a la verita suya a su pesar. Él, que tanto se mofa de la crítica que critica hasta el aire que respiramos (al que tarde o temprano acabarán por servírnoslo en nitrógeno líquido), tendrá que tragarse ésta del pintamonas que le cayó en suerte, y hasta poner buena cara ante tamaña desfachatez.
Dentro de poco cumplimos doscientas, o si prefieren cuatrocientas entre relatos y garabatos. Y ahí andaba yo, escurriendo la mollera de la celebración, que bien la merece. Se me ocurre, estimado gastrólogo, que para la doscientas tú haces el dibujo y yo escribo el disparate. No me negarás que iba a ser memorable.
Gracias pibe, por dejar que me encuentre entre las estrellas.