Dicho y hecho. O retado y aceptado más bien. La desfachatez que anunciaba en este mismo blog hace mes y medio más o menos fue recogida por su destinatario como si de un guante arrojado a su honor se tratara. El resultado de todo el tinglado ha sido un tet a tet de pinceles y plumas como no se ha visto otro igual; las plumas volaron, los pinceles zozobraron, la pintura se amigó con el viento para formar olas en el aire que aterrizaron en una marea de letras sin orden ni concierto, las musarañas lo lamentaron, y podría seguir. Pero para qué, mejor mostrar el resultado. A la pluma, Vilabella y servidor. A los pinceles, servidor y Vilabella:
CAMBIO DE PAPELES
Qué barbaridad, cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando don Iñigo, el director de El Comercio, contrató a los abajo firmantes, Daniel Castaño y un servidor, como colofoneros de la cosa, como epiloguistas de Yantar. Han pasado cuatro años –doscientos artículos- pero lo recuerdo vivamente. Don Iñigo nos entregó unas gorras de plato y unos mandiles de dril y dijo: “Ustedes, aquí, en esta página, no tienen que hacer nada útil ni de provecho porque son los últimos monos del suplemento. Sólo tienen que preguntarle a la clientela si han leído bien, si les han gustado los sesudos y eruditos artículos de sus compañeros”. Después nos miró con rostro severo, levantó el dedo y advirtió con cierta solemnidad: “Sean amables con los ancianos, ayuden a ponerse el abrigo a las señoras, sonrían a los visitantes, no den patadas en el culo a los niños y no acepten propinas”. Desde entonces aquí estamos, cobrando un sueldazo en Las razones del gastrólogo, tan ricamente, como príncipes.
Mi coleguilla Dani Castaño, compañero de garita, que es un joven genio de 32 años, uruguayo de nacimiento pero gallego por un costado y asturiano por otro, me retó desde su blog (htt:proyectos.elcomerciodigital.com/blogs/eldesvan/), a que cambiásemos los papeles y que él escribiese por un día y yo le sustituyese como ilustrador. Qué gran idea, pensé en cuanto me lo dijo. Eso sí que es darle la vuelta a la tortilla, trastocar el orden de las cosas, transgredir, hacer la revolución, propiciar el caos. Qué bonito. Como Dani y yo nos pasamos el día juntos en el cuchitril de los subalternos mirando a las musarañas e ideando maldades, yo cojo prestados sus instrumentos de diseño y le cedo el recado de escribir para que, con el remango que le caracteriza, les diga a ustedes lo siguiente: “De todas las malas ideas de una vida dedicada en buena parte a tenerlas, ésta se lleva la palma. Tal vez se dispute el dudoso honor con aquella que tuve a los diez años, pero créanme si les digo que algo raro tuvo que pasar, porque el salto desde la azotea al tragaluz del baño estaba muy bien calculado. Una hermosa cicatriz que me sonríe o se enfada según mueva la rodilla se encarga a diario de recordarme lo contrario; y a fe que guardaré como oro en paño esta página de periódico, este testigo impertérrito de mi segundo error favorito. ¿Cómo es posible que hayamos llegado tan lejos con mi insensatez?, me pregunto desde el tugurio de los prescindibles, mientras observo absorto cómo una de las musarañas, a la que José Manuel bautizó lujuriosamente “Langostina”, se da el gran festín con una mosca de la fruta. Sea como fuere, me veo ahora entreverado en mi propia ocurrencia y no es lo mismo, no, retar gallardamente a cambiar los papeles que cumplir honrosamente sin perderlos. A más a más cuando mi retado Vilabella descubre con holgura una perla de su época pintora (desconocida para mí), y me hunde en la miseria de corresponderle con palabras mesuradas, bien puestas, que den el pego. No hay tal. En lo que a mí respecta, la gracia de la aventura radica en cederle un espacio gastrológico a un pintamonas que otorga el súmmum de sus preferencias culinarias a los bocadillos y le busca el año de crianza a la cocacola. Así que espero sean magnánimos con esta columna del gastrólogo que por primera vez, y sin que sirva de precedente, sólo trae mortadela en el medio. Amigo mío, un verdadero placer pintar contigo. Te devuelvo las palabras prestadas”.
Caramba, cómo escribe Dani, si le dejo más espacio me quita el puesto. La juventud indecente y el talento de mi compañero de fatigas ponen en evidencia los achaques de mis ochenta y cinco años cumplidos hace unos días. Resignémonos. En las doscientas páginas que hemos dejado atrás tanto el plumilla como el ilustrador han pretendido divertir a su clientela y, por el mismo precio, contarles cosillas, chismes, tendencias y maledicencias del mundo gastronómico. Si don Iñigo nos da licencia volveremos a cambiar los papeles dentro de cien semanas, o sea dentro de un par de años mal contados, para que en esta geografía, en esta página, siga latiendo el desorden que inspiró las revoluciones baldías y el tinglado de la antigua farsa.
Esta columna e ilustración a juego fueron publicadas en el suplemento “El Yantar”, Nº200 tal cual aquí se muestran. He de concluir, a modo de epílogo, que seguimos teniendo el empleo y que ninguna musaraña resultó herida en el empeño. Dentro de cien números más. Si no se nos ocurre algo peor en el trayecto.
De postre os dejo parte del material que José Manuel me facilitó para el cambio de papeles. Como se puede ver, no tuvo ningún problema en variar el registro. Lo mío fue otro cantar. Que lo disfruten.