No sé si alguno de ustedes, gente que no está, tiene un amigo mecánico que para la onomástica le regaló una revisión del líquido de frenos o un equilibrado de ruedas. Quizás algún afortunado gaste intimidad con una florista y le alegren con aromas el aniversario, o un primo veterinario que cumpla con las inyecciones a Bobby, o un malabarista cuñado cambiándole el uso a la vajilla para gozo y terror del homenajeado, o un sobrino escritor aventajado, que con con buena letra e intención nos obsequie el cuento de sus amores que tan maltrato previo sufrió de los editores sin corazón.
Es probable que esto ocurra a veces y es bastante probable que no, que la gente se guarde sus profesiones para menesteres más cotidianos. Pero los dibujantes, a veces, nos causa gran placer extender las obligaciones a otros ámbitos de la vida y convertir un cachito de rutina en un obsequio personalizado. No es de extrañar pues que mis allegados sufran en sus fechas señaladas apuntes cómplices de su vida en forma de postales dedicadas, que mis cuñados estiren su paciencia ante la forma y tamaño de su regalo y que mi sobrina pueda contar sus años por estampas acompañada de sus personajes preferidos. Tener un tío pintor es lo que tiene.
Si hay algo, no obstante, que guste más que regalar dibujos es recibirlos. Con Javi Granda tenemos esa costumbre desde hace tiempo ya, él es el autor de las ilustraciones que están invitadas en el desván, la primera de este año y las otras antiguas. Debo decir que se han comportado de manera muy educada, rechazaron amablemente las pipas por el incomodo que pudieran ocasionar y aceptaron modosas las garrapiñadas y el té con hielo. Fíjense que el ñoño nunca tuvo un ademán más resuelto. Gracias, pibe.