Si hacen uds, gente que no está, acopio de valor, y en un acto de aplicado proceder le dan buen uso a la etiqueta más gorda del desván (“Tiras Dany El Ñoño”), podrán comprobar, entre otras cosas, que las ñoñerías en esta casa tenían una numeración cabal y bien ordenada. Sí, sí, la tenían. Una a una y siguiendo el juicioso dictamen del tiempo se iban sucediendo en procelosa continuación, cual pollitos tras su clueca progenitora, como debe ser. Pero pasó que entre despedidas, papelerías y felicitaciones las ñoñerías, ¡ay!, perdieron los papeles y ya no sabe uno ni cuantas van, ni cuentas quedan, ni a cuento de qué vienen algunas y ni te cuento por qué nunca se van otras.
¿Es esto grave? Casi nada de lo que pasa aquí lo es, y si lo es lo relativizamos en un periquete, que de filosofías de andar por casa vamos sobrados. Aún así me dio por calcular y deben ir fácil unas veinte y ocho tirando a vuelapluma. No están todas las que son pero de a poco van llegando. Entre ellas esta corta pesadilla de cuatro páginas que ya tuvo su preámbulo en una entrada anterior y que viene, una vez publicado el Ojodepez Nº9, a prometer lo cumplido.
Las pesadillas de Dany amenazan con convertirse en algo recurrente, con aparecer las veces que hagan falta para llenar el subconsciente ñoño de todos sus antagonismos, miedos y soluciones puerilmente absurdas. Es posible que recurra a ellas para escapar de la realidad que le toca, y hasta es probable que lo haga para no tener que enfrentarse a los sueños que anhela. Veremos más pesadillas pues pero no se asusten, que no asustan nada. Casi nada de lo que pasa aquí lo hace. Y lo que lo hace…