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Daniel Castaño

El desván de los ñoños

Que viva la vida ñoña: ñoñerías 30 a 33

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Y ya son unas cuántas. Ñoñerías, digo. Parece mentira que hayamos llegado a tantas, y, con suerte, las que quedan. A todo ello contribuye de manera directa Ojodepez, claro. Cada mes puntual en su kiosko virtual de la blogosfera. Gracias a él la continuidad de las desventuras de Dany se consolida; no es que importe demasiado a mucha gente, no, pero así son las pequeñas cosas, importan casi nada a casi ninguno y aún así es suficiente para que existan. O eso quiero pensar. Como la base de su público es la gente que no está, eso resta mucha presión a la necesidad de gustar. La impopularidad es un estado cómodo si le abres las puertas al conformismo. Por suerte o por desgracia el ñoño no lo es. Conformista. Casi nunca lo es. Buena parte de ese inconformismo se refleja en las páginas que van de la treinta a la treinta y tres, con mejor o peor suerte.

Ese punto de héroe incomprendido que tenemos los impopulares acompaña al ñoño a modo de motorcito para la autoestima. Casi todos los impopulares nos cargamos de razones para creernos la excepción que navega entre el gris tumulto. Un verde entre daltónicos, es lo que somos. A la espera de florecer. Por ahí, piensa él, alguna vez dará el campanazo. Vete a saber.

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Sobre el autor

Por si a alguien le importa lo bastante como para reclamar, aquí presento las señas: Daniel Castaño, ilustrador, dibujante de cómics, humorista gráfico, farolero y ñoño practicante. Nací en el sur, allá abajo de casi todo, en un lugar tan chico como bien lindo al oriente de su homónimo cauteloso. Asturiano por parte de mi padre Aniceto y gallego de mi madre Amalia, adoptado por la tierrina hace tanto que ni me acuerdo. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo, y trabajé algunas veces aquí, en El Comercio, y algunas veces allá, en Gráficos y otros sitios perecederos. Ahora tengo treinta y unos cuantos, aunque me gusta aparentar que no me importa aparentar bastante menos de lo que me gustaría. En realidad allá por los 16 encontre mi cima, creo. Con eso y con todo me paso la vida dibujando. De chico pensaba que para cuando tuviera edad de merecer, podría ver los frutos de mi inversión en tanto tiempo perdido entre dibujos. Perdido, que no añorado. Cuando llegue a esa edad, se lo cuento.


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