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Daniel Castaño

El desván de los ñoños

Algo empieza, algo termina

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Las cosas buenas que a veces te asaltan de improviso son a menudo las mejores. Las planeadas buenas tienen otro gusto, se paladean más, tienen más carga de satisfacción por el éxito cuando llega. Pero las primeras, ésas que no te esperas ni por asomo vienen con el irresistible poder de la coincidencia, la gracia divina del destino, el por qué me habrá pasado a mí.

No sé que hice en su día para merecerlo, tal vez aquel cumplido de más  por conveniencia, o ese otro secreto que nunca conté, tal vez fue la sonrisa a la señora que se me coló en la tienda; no lo sé exactamente como digo pero algo debió merecer la atención de algún hado despistado que tuvo a bien recompensarme con un Ojodepez.

Ojodepez se terminó aunque apunta a persistir a la antigua, dudamos si sobre papel y con tinta o esculpido en trozos de lo que fuera el muro de Berlín. Las andanzas del ñoño tendrán pues en ese marco su continuación, y aquí en el desván, como siempre, su reflejo.

Ojodepez se terminó y algo empieza con su mismo nombre y renovado espíritu. Los ratos felices que he pasado con el viejo amigo no se paga con rublos, ni con yenes, ni con oro bruñido al sol. Porque aún hay buenos momentos que son inalcanzables para el materialismo, que sólo los pondera el recuerdo, que sólo los engrandece el tiempo pasado.

Ojodepez termina, algo empieza. Que lo disfruten.

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Sobre el autor

Por si a alguien le importa lo bastante como para reclamar, aquí presento las señas: Daniel Castaño, ilustrador, dibujante de cómics, humorista gráfico, farolero y ñoño practicante. Nací en el sur, allá abajo de casi todo, en un lugar tan chico como bien lindo al oriente de su homónimo cauteloso. Asturiano por parte de mi padre Aniceto y gallego de mi madre Amalia, adoptado por la tierrina hace tanto que ni me acuerdo. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo, y trabajé algunas veces aquí, en El Comercio, y algunas veces allá, en Gráficos y otros sitios perecederos. Ahora tengo treinta y unos cuantos, aunque me gusta aparentar que no me importa aparentar bastante menos de lo que me gustaría. En realidad allá por los 16 encontre mi cima, creo. Con eso y con todo me paso la vida dibujando. De chico pensaba que para cuando tuviera edad de merecer, podría ver los frutos de mi inversión en tanto tiempo perdido entre dibujos. Perdido, que no añorado. Cuando llegue a esa edad, se lo cuento.


junio 2009
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