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Daniel Castaño

El desván de los ñoños

Un dibujo apátrida

parasustos

Casi todos lo habremos hecho alguna vez, de chicos al menos, cuando aquellas gloriosas vueltas al cole se veían coronadas con la redacción de lo que habíamos hecho en vacaciones y el dibujito a juego. Ya no era bastante tener que volver al grillete escolar, no, además había que recordar lo bien que lo habíamos pasado sin él y por ende lo lejos que estaba la siguiente libertad prometida. No es que aquello, el volver, fuera traumático ni la escuela tan mala, no,  pero el sentimiento que provocaba sí lo recuerdo como tal. El dibujo era la guinda del amargo pastel.

Dibujar lo que otros expresan con palabras no es igual, ni parecido. Hay un algo intervencionista en el asunto que puede resultar feo. Al fin de cuentas lo que hacemos es traducir a otro medio el cachito que cada cual se deja en sus escritos; o no, tal vez traducir no es la palabra justa, interpretar mejor dicho, que el trasvase nunca será literal, ¿cómo iba a serlo? La interpretación no cuenta a menudo, además, con más datos que el propio texto a versionar, así que a la postre el resultado es una unión dispar sobre lo mismo.

En esta entrada dejo sólo una parte de esa unión dispar, ilustraciones arrancadas de columnas, escritos, poemas, algunos avances, dos o tres comienzos y hasta un final aludido. No se pueden comprender por sí solas, no se vislumbra su razón de ser, apenas dejan ver de lo que van. Pero se dejan ver a solas, y el qué dirán es cosa de los demás.

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Sobre el autor

Por si a alguien le importa lo bastante como para reclamar, aquí presento las señas: Daniel Castaño, ilustrador, dibujante de cómics, humorista gráfico, farolero y ñoño practicante. Nací en el sur, allá abajo de casi todo, en un lugar tan chico como bien lindo al oriente de su homónimo cauteloso. Asturiano por parte de mi padre Aniceto y gallego de mi madre Amalia, adoptado por la tierrina hace tanto que ni me acuerdo. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo, y trabajé algunas veces aquí, en El Comercio, y algunas veces allá, en Gráficos y otros sitios perecederos. Ahora tengo treinta y unos cuantos, aunque me gusta aparentar que no me importa aparentar bastante menos de lo que me gustaría. En realidad allá por los 16 encontre mi cima, creo. Con eso y con todo me paso la vida dibujando. De chico pensaba que para cuando tuviera edad de merecer, podría ver los frutos de mi inversión en tanto tiempo perdido entre dibujos. Perdido, que no añorado. Cuando llegue a esa edad, se lo cuento.


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