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Daniel Castaño

El desván de los ñoños

Ñoñerías 34 a 39: Estaba de parranda

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Sí, como versa la conocida canción, no estaba muerto. La parranda es relativa, pero sirve no obstante para disimular el largo -y recurrente- período de mutismo por el foro que se ha pegado el ñoño estos últimos meses. Uno podría pensar que una serie de acontecimientos importantes y de imposible aplazamiento apartan al tipo del tupé de sus apariciones públicas pero no hay tal. Tiene que ver más con la poca constancia del individuo para aquellas cuestiones que no atañen directamente al progreso del universo. Las pequeñas verdades de la vida le son esquivas así que pone la vista en las estrellas y sus incógnitas porque, entre otras cosas, desconocerlas tiene mucho más sentido. Ser incomprendido por el mundo que lo rodea es una seña de identidad que no se separá de Dany mal que le pese. Los populares tienen que compararse con alguien, ¿no?

Fue tan larga, no obstante, su parranda que ahora llegan todas de golpe seis aventuras seis, y un especial que se deja para una -esperemos que no tan lejana- próxima entrada, pues eso, especial, valga la redundancia. En estas seis hay de todo, como en botica, personajes nuevos que amenazan con volver, personajes viejos que amenazan con quedarse, y hasta apuntes paranormales, históricos y onanísticos. Casi nada. Y como siempre puntualmente cada mes en Ojodepez, por si la gente que no está no quiere esperar tanto para la dosis ñoña.

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Sobre el autor

Por si a alguien le importa lo bastante como para reclamar, aquí presento las señas: Daniel Castaño, ilustrador, dibujante de cómics, humorista gráfico, farolero y ñoño practicante. Nací en el sur, allá abajo de casi todo, en un lugar tan chico como bien lindo al oriente de su homónimo cauteloso. Asturiano por parte de mi padre Aniceto y gallego de mi madre Amalia, adoptado por la tierrina hace tanto que ni me acuerdo. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo, y trabajé algunas veces aquí, en El Comercio, y algunas veces allá, en Gráficos y otros sitios perecederos. Ahora tengo treinta y unos cuantos, aunque me gusta aparentar que no me importa aparentar bastante menos de lo que me gustaría. En realidad allá por los 16 encontre mi cima, creo. Con eso y con todo me paso la vida dibujando. De chico pensaba que para cuando tuviera edad de merecer, podría ver los frutos de mi inversión en tanto tiempo perdido entre dibujos. Perdido, que no añorado. Cuando llegue a esa edad, se lo cuento.


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