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Daniel Castaño

El desván de los ñoños

El Príncipe Quino

La familia entra por la puerta de casa y el padre de Mafalda dice:

-¡Pah!..¡Uno vuelve del veraneo siendo otro!

Mafalda se agacha a recoger unos papeles acumulados en el suelo y responde:

-¡Mirá vos, y estos ingenuos han estado mandando cuentas a nombre del que eras antes!

 Contar una tira cómica tiene la misma gracia que valorar una hamburguesa por la foto. No es un chiste. No es un cómic. Y mucho menos es un avión. El humor gráfico es una suerte de arte efímero que tiene sus propias reglas y que no se deja tratar fácilmente por cualquiera, ni definir fácilmente por nadie. Si sabemos lo que es, tampoco es gracias a cualquiera. Es por Quino, entre otros, y no caben en ese “otros” muchos más que unos pocos, pocos menos que nadie. A Quino se le ocurrió Mafalda para anunciar unos electrodomésticos tiempo ha, y a Mafalda se le ocurrió entrar en casa de todos por la puerta de la reflexión más audaz. Todo el mundo entiende a Mafalda, aunque muchas veces no te habías dado cuenta de que tuvieras que entender tal cosa. Otra veces es cuestión de un perogrullo que no se te habría pasado por la mente jamás. Otras es solo una sonrisa, una constatación, un rubor, un nada menos.

 La mayoría de las veces, Mafalda es la esencia de una contradicción. Su autor habla de un conflicto entre el concepto del bien y del mal que a ella le enseñan, frente a los acontecimientos que observa a través de los medios del resto del mundo. La perplejidad que siente es entendible, aún hoy, así como su filosofía, un aparente pesimismo humanista extrañamente consolador. Casi todos tenemos algún niño en nuestras vidas que una o varias veces nos haya dejado de piedra con una respuesta extraordinariamente visionaria, impropia, clarividente, reveladora. ¿Y si ese niño tuviera dos o tres de ésas al día? ¿Y un grupo de amigos que tal bailan? ¿Un eterno soñador, un empírico pragmático, una conservadora clasista, un despistado corriente, una contestataria revolucionaria..? Y una familia al uso. Normal y corriente. Rara y discontinua. Un cóctel apasionante.

 ¿Se explica así su formidable éxito? Sí, y no. También lo explica su universalidad atemporal, a salvo de hechos concretos, independiente de hombres y de nombres. Si excluimos la inevitable influencia cultural y el sesgo del momento, nos ha acompañado hasta ahora mismo tan vigente como siempre. Como una rosa, oiga. Seguimos regalando sus recopilaciones tan a gusto, felicitando con ella las onomástica y los san valentines, bebiendo en tazas personalizadas con sus tiras en blanco y negro. Si lo piensan, es algo extraordinario. Pero esperen a leer esto. La última tira de Mafalda apareció en 1973. Habíamos pisado la luna hace nada, como quien dice. ¿Cómo es posible?

 No lo sé. Es lo que ocurre cuando te embarcas en una prevaricadora explicación de un hecho que desconoces. Tal vez esperaba que se me apareciera el ángel mientras escribía pero no aconteció, se conoce que Michael Landon estaba ocupado. Verán, consagrarse en esto del humor gráfico tiene tela. Es imposible que cada tira sea una aparición estelar, el humorista necesita un ataque de genio con cierta cadencia para crear en el lector una “conciencia de calidad” que deje pasar por alto las obras mundanas, a la espera de la genialidad de turno. Por eso perpetuarse en el éxito con esta actividad tiene una respuesta tan fácil de mencionar como difícil de alcanzar. Genialidad.

 A Quino le han concedido el príncipe, y lo celebro. Olvidaba que esto no era una explicación, sino una felicitación. Quino es mucho más que Mafalda, por supuesto. Cuarenta años más de humor, seriedad, realidad y sueños. Servidor se lo agradece, humildemente, desde este rincón. De mayor, quiero ser Miguelito. Y odio la sopa. De niño, y de mayor. Felicidades, Quino.

Temas

Mafalda, Quino

Sobre el autor

Por si a alguien le importa lo bastante como para reclamar, aquí presento las señas: Daniel Castaño, ilustrador, dibujante de cómics, humorista gráfico, farolero y ñoño practicante. Nací en el sur, allá abajo de casi todo, en un lugar tan chico como bien lindo al oriente de su homónimo cauteloso. Asturiano por parte de mi padre Aniceto y gallego de mi madre Amalia, adoptado por la tierrina hace tanto que ni me acuerdo. Estudié en la Escuela de Arte de Oviedo, y trabajé algunas veces aquí, en El Comercio, y algunas veces allá, en Gráficos y otros sitios perecederos. Ahora tengo treinta y unos cuantos, aunque me gusta aparentar que no me importa aparentar bastante menos de lo que me gustaría. En realidad allá por los 16 encontre mi cima, creo. Con eso y con todo me paso la vida dibujando. De chico pensaba que para cuando tuviera edad de merecer, podría ver los frutos de mi inversión en tanto tiempo perdido entre dibujos. Perdido, que no añorado. Cuando llegue a esa edad, se lo cuento.


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