Las redes sociales somos todos. Unos más descerebrados que otros, pero todos: quienes sabemos quién es Pitingo, quienes no; quienes leemos El Mundo Today, quienes no. Quienes se dedican a insultar en la comodidad de lo cibernético, quienes no.
Al cantante de Huelva (Pitingo) se le ha venido Twitter encima esta santísima semana por una desafortunada cadena de hechos: primero, el diario satírico El Mundo Today publicó una noticia —falsa, como todas— titulada «Björk se retira por miedo a que la versione Pitingo», que en el cuerpo del texto incluía una nutrida sarta de declaraciones —falsas, como todas— en las que ponía a la islandesa a caer de un burro. Tras él, el diluvio: al volver de viaje, Pitingo se lo comunicó a su agencia con la intención de que el semanario aclarara que la cosa era broma. Pero su oficina remitió un escrito en el que poco menos que amenazaba a la publicación con llevarla al tribunal de La Haya por las barbaridades que se estaban diciendo en Internet del cantante. Y, obviamente, lograron todo menos lo pretendido.
En este punto, el diluvio quedó en orbayo al lado del monumental chorreo que le ha caído al onubense, que lejos de cambiar de agente siguió erre que erre: la culpa era de El Mundo Today y había que dejar claro que todo era cashondeo del bueno.
Los cuatro o cuatrocientos imbéciles que se han dedicado a insultarle no lo han hecho por una noticia satírica, sino por la imbecilidad que ya traían de casa. En cambio él, y su agencia, en su afán por ir a por el foco del problema, lo ubicaron en una página web que lleva publicando bromas —sin excepción y sin cuartel— desde que nació, en lugar de atacar la incómoda idea de que quizás la estupidez no viva en un dominio de Internet, sino en las cabezas de muchos de quienes transitan sus conciertos, su barrio o su propia vida.
Es muy violento y desagradable, para quienes han o hemos elegido ser más o menos públicos, que con un teclado y una conexión a Internet se pueda atacar nuestra pasión o simplemente nuestro sustento. Pero es: podemos obviarlo, o intentarlo, pero no se puede pretender convencer a nadie de que lo ocurrido es por culpa de semejante titular. Sería como asumir que la culpa es de Pitingo por existir.
Lo ocurrido es fruto del anonimato buscado, cobarde y que necesita pocas excusas para hacer daño. Y ese no es en absoluto el caso de El Mundo Today: sus autores son de sobra conocidos para quien quiera averiguarlo, responden de cada patochada que han hecho y, encima, tienen la guasa que muchos querrían para sí. Nada más lejos del que tira la piedra y esconde la mano.
Otra cosa es lo que muchos han hecho con lo publicado, desde quienes lo han dado por cierto hasta aquellos que han perdido el norte en sus intentos por que Pitingo pague por los estragos que ha causado en el repertorio popular con sus versiones, que son muchos y muy hondos. No hay como el confortable silencio de las redes, el timbre al que se llama para echar a correr, para que todo adquiera unas dimensiones que ni tiene ni merece.
Lo que ha ocurrido es una broma, una más —hasta que no le oí hablar yo también daba el comunicado y la amenaza por chanza—, pero oculta lo peorcito: la cobardía, la falta de respeto y el odio injustificado. Eso es más profundo, más grave, peor que una página web. Porque mientras que no nos obliguen a escucharlo, Pitingo puede hacer lo que se le ponga y mandar comunicados a quien considere. O debería.
[Este artículo apareció publicado originalmente en la edición impresa de El Comercio del día 5 de abril de 2015.]