Tiene cinco segundos para nombrar tres obras de Cervantes. Tic, tac, tic, tac. Ahora, tres de Juan Goytisolo. Tic, tac, tic, tac. Y tres de Lorca, ¡vamos, vamos! Tic, tac, tic, tac. Si el ejercicio ha sido algo complicado no es su culpa, sino de aquellos a los que, mejor que nadie, señaló el pasado jueves el propio Juan Goytisolo en su discurso de recepción del Premio Cervantes. Decía: «En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel?»
Es que de los tres nombres elegidos para el ejercicio, protagonistas todos ellos —están de moda—, resulta que se habla más por motivos extraliterarios que puramente artísticos, que es seguramente lo que procedería. Así, a Goytisolo le preguntaron en la rueda de prensa previa a la entrega del Cervantes si se iba a poner chaqué, motivo de sobra para titular buscando el desencuentro con la realeza y anunciando, quizás, una especie de aquelarre violento entre un señor de 84 años con traje de pana y una reina con un peinado importantísimo.
En cuanto a Lorca, nos desayunamos el miércoles con la noticia de que ha aparecido una historia fascinante en torno a él, una delicia: resulta que una autora francesa muy persistente logró que, en 1965, la policía granadina escribiese negro sobre blanco en un informe qué, cómo y por qué habían matado a Lorca. Tuvo que ser muy pesada, pero no lo suficiente, porque nunca le llegaron a hacer entrega de ese papel, del primer reconocimiento oficial del asesinato por parte del régimen y además con nuevos datos sobre el dónde y el quién. A partir de ahí, ya está organizada: Lorca necesita más de un Indiana Jones que de lectores ávidos, porque la obsesión es encontrar sus huesos y filmar el punto exacto donde goteó su sangre, cuando es algo que, en puridad, importa bien poco y a muy pocos. No, importa más su figura y su obra imposible de desentrañar. No importa su cadáver. Él mismo lo sabía, él lo preparó. Como diciendo, igual que decimos los demás: Y ¿qué más da?
Por último Miguel, Cervantes, tan familiar e instalado en nuestras casas desde hace décadas merced a ese Quijote tan comprado como poco leído, aplaudió desde la tumba con las palabras de Goytisolo. Por fin alguien habla al menos de él, alguien le pregunta qué opina de lo que está ocurriendo en las Trinitarias de Madrid: tiene que ser tremendo que solo importasen tus huesos, y dónde hubiesen ido a caer. Que a los de tu ciudad les entrasen las prisas por que te encontrasen, porque «es bueno para el turismo». De la obra y milagros, hablaremos después de la publicidad.
Cada cual en su dimensión y tiempo, cada 23 de abril salen a pasear en una fiesta macabra —porque no habla su obra, sino sus despojos—. Está todo impregnado por la necesaria venta de libros que impone la primavera, y que además invita a recuperar viejos títulos olvidados. Así, venía a decir Goytisolo, para cerrar, que hay dos tipos de autores: los que triunfan mediáticamente y los que «cumplen consigo mismos». Rascando en sus palabras se puede llegar a entender que a él le gustaría situarse en el equipo de los segundos, de los honestos; en el mismo en el que se inscriben Lorca, Cervantes, etc. Y que el destino, en cambio, se preocupe de devolverlos al primero… es muy injusto, solo por un poco de sangre y huesos.
[Este artículo apareció publicado originalmente en la edición impresa de El Comercio del día 26 de abril de 2015.]