Con los últimos rescoldos de junio, y más con todas las ventanas abiertas —hoy empieza el verano— y más con una espicha de fondo y más con San Juan a las puertas, se completa una semana más un ejercicio rutinario: preguntarse dónde estábamos hace siete días y dónde estamos ahora.
Algunos, en Asturias, están en el mismo punto aunque bajo un par de palmos de barro y otros, embarrados y en otro sitio, donde no les gustaría estar: en la oposición. Pero esta semana, esta especialmente, tras el chaparrón premonitorio e higiénico del sábado pasado, ha sido la primera de este accidentado año en la que efectivamente no ha pasado nada en España.
Es posible que se produzca un cortocircuito en el éter si una sola persona más vuelve a escribir las palabras «Twitter», «populismo» o «cambio», porque si ya de septiembre a mayo habían recibido un buen vapuleo, los (irrelevantes) acontecimientos acaecidos desde el domingo pasado con el nuevo no-concejal de Cultura del Ayuntamiento de Madrid han provocado que la prensa seria terminase de exprimirles las últimas gotas que les quedaban. Por eso ha sido la semana de abalanzarse sobre claves nuevas y frescas, como «bicicleta» y «metro» y madres limpiadoras de colegios, para hablar sobre no-pactos y alcaldes campechanos. Todo un antes y un después en nuestras vidas.
Tras el chute informativo que fueron las elecciones autonómicas y municipales, quedaba al menos la esperanza de que Mariano Rajoy diese un golpe de efecto en su gobierno el jueves pasado, un gran vuelco dramático con el que llenar unas horas más de tertulia. Y nada. Y ¿en el Consejo de Ministros del viernes? Tampoco.
Otros buscaban, al menos, nuevos patinazos públicos y cibernéticos en el ámbito político. Y más vacío: la realidad se resistía a brindar nuevos materiales, obligaba a, siempre sin levantar la vista del ordenador y la tele y la prensa, tirar de fondo de armario con pestazo a naftalina o bien meterse en osadas extrapolaciones greco-españolas.
Por fin ha llegado el momento de proponer una actualización del repertorio, de lanzar a la hoguera este curso, relevante en sí pero ya prácticamente ahogado, desahuciado. Es el momento de empezar a pensar en libros, en destinos, en terrazas y en merenderos; en sidras frescas, parrilladas, amistades desembarcadas y tardes por venir.
Porque da la impresión, desde que empezó el runrún electoral, de que veníamos esperando una montaña rusa de tal intensidad para acabar el curso que, al quedar huérfanos de auténticos sobresaltos, nos hemos sentido desorientados, ociosos y hambrientos de algo más. Así que en lugar de contar que en realidad no hay (casi) nada que contar, se llenan portadas, horas de radio e informativos enteros con acontecimientos que en menos de un año no pasarán de la anécdota.
Decía el recientemente desaparecido Santiago Castelo, poeta primero y ex subdirector de ABC después, que había que empezar a podar páginas de política de los periódicos, porque nadie acudía a las hemerotecas, al cabo de un siglo, en busca de la reacción del grupo municipal X a la decisión del grupo Y. Acudían, en cambio, en busca de crónicas de viajes, de acontecimientos pequeños, de hitos de esos que escriben la Historia fuera de estas cuatro esquinas. Apaguemos, cerremos, leamos. Salgamos: aquí ya no pasa nada.
[Este artículo apareció publicado originalmente en la edición impresa de El Comercio del día 21 de junio de 2015.]