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Alejandro Carantoña

En funciones

Europa, la insensible

En funciones es la serie de artículos de opinión que, cada domingo desde noviembre de 2014, aparecen en la sección de Cultura de la edición impresa de El Comercio, y cada lunes siguiente, aquí.
Lo peor no es lo que nos remueve, sino que no hayamos podido dejar de sentirnos culpables. La foto, la foto que todos hemos visto esta semana, la foto del niño ahogado en la playa que ha abierto prácticamente toda la prensa y sobre cuya oportunidad hemos hablado más de la cuenta estos días.

La foto de la vergüenza, la foto que ha sacado a relucir lo insolidarios que hemos sido. Con ella, se despierta un sentimiento de culpa inmediato por no haber hecho nada hasta ahora; y también uno mayor ahora que nos movilizamos deprisa y corriendo. Ese sentimiento de culpa crecerá aún más cuando, dentro de un año, hayamos olvidado toda la voluntariedad de occidentales que estamos sacando a relucir ahora.

La pasividad política nos exaspera: cuando ocurren estas cosas, parece que nos damos cuenta de pronto de lo insensibles y cómodos que nos hemos sentido al dejar olvidada en un despacho nuestra solidaridad y, lo que es más grave, nuestra propia sensibilidad de seres humanos.

Aunque en un primer momento el cuerpo nos pida apelar a esas estructuras e instituciones —las políticas— para canalizar la ayuda, desde este rincón de las páginas de Cultura conviene recordar, más allá de todo lo dicho por quienes saben de migraciones y geopolítica, que corren muy malos tiempos para la sensibilidad y las emociones. La frivolidad, la superficialidad y la urgencia nos han sumido en un tiempo oscurísimo, en un tiempo en el que ya ni las novelas ni las sinfonías parecen tener el poder de cambiar el mundo o tener nada que ver con ese niño y con tantos otros miles.

Debería darnos la misma vergüenza, ahora, mirar atrás y ver que en tiempos mucho más lúgubres y primitivos que estos las guerras se libraban en los campos de batalla, pero también que se ganaban —en las conciencias, al menos— mediante aldabonazos que solo podían surgir de una pluma o de un cincel.

Antes, por aquel entonces, esto que hoy llamamos Cultura apenas tenía nombre, y aún estaba muy lejos de ser una cosa institucionalizada y de la que casi parece de mal gusto hablar en tiempos de penuria. Por aquel entonces casi mitológico, se daba por hecho que alguien seguiría escamoteando cuadros a un régimen asesino o seguiría, con terquedad, tratando de poner en pie una Enciclopedia de corte tan científico como intelectual, porque lo que hoy llamamos Cultura era consustancial al ser humano.
Mentar a los poetas solo se convierte en un acto de egoísmo cortoplacista cuando o bien no los tenemos buenos, o bien no sabemos apreciarlos: es lo que está ocurriendo hoy, aquí y ahora, cuando solo sabemos mirar a los periódicos, opiniones, gobiernos y púlpitos para evaluar o sentir una imagen tan estremecedora como la que nos ha encharcado los pulmones de rabia esta semana.

Antes, por aquel entonces mitológico, acudiríamos a algún otro faro, a algún faro alegórico, literario o musical para entender y repudiar la crisis que empieza a lamer nuestras fronteras. Hoy deberíamos poder acudir a esa novela que no habla necesariamente con los datos en la mano, sino que es capaz de verbalizar por nosotros la maraña de sentimientos que nos atenaza. Hoy deberíamos poder mirar un cuadro, escuchar una música que, a través de la más pura e inocente de las bellezas, nos despojase del miedo a plantarle cara lo peor de nosotros mismos. Necesitamos espejos que nos pongan contra las cuerdas: El drama, sin ellos, se hace mayor todavía.

Sobre el autor

Letras, compases y buenos alimentos para una mirada puntual y distinta sobre lo que ocurre en Asturias, en España y en el mundo. Colaboro con El Comercio desde 2008 con artículos, reportajes y crónicas.


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