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Alejandro Carantoña

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Verano 2017

De entre todo lo que está ocurriendo, un nombre y un título, el hilo que zurce todo lo bueno entre la tormenta: Carla Simón y su Verano 1993, que esta semana ha sido elegida como la película para representar a España en los Oscar. Es, aparte de una película extraordinaria (según dicen quienes la han visto), una colección de buenas noticias.

La primera cuenta de la ristra completa tiene que ver con Simón: para empezar, tiene 31 años. Es, a primera vista, la directora más joven en representar a España en los galardones de la Academia, y visto el apabullante palmarés que ya atesora la cinta (entre otros seis, tiene el Premio a la Mejor Ópera Prima de la Berlinale) se intuye que es más por méritos propios que por la reivindicación gratuita de viejas glorias o por tratarse de un fenómeno de moda. Su testimonio servirá, por tanto, para promocionar y animar a los nuevos talentos, especialmente en un mundo tan complicado y convulso como es el del cine español.

La segunda buena noticia es que ha servido para desenmascarar algunas vergüenzas: por ejemplo, que a pesar de todo ese palmarés fuese relativamente complicado verla (la distribuye la independiente Avalon). Ahora, por fortuna, las copias se van a multiplicar: en la cartelera asturiana figura como estreno este fin de semana. Quizás, del mismo modo en que con poca suerte boquearon los Cines Centro de Gijón sus últimos estertores, los programadores y distribuidores de gran consumo vean abierta la senda de lo diferente, que vuelvan a poner huevos en esa cesta y, esta vez, cuaje.

Otra buena nueva más, en la misma línea: el flamante director del Festival Internacional de Cine de Gijón, Alejandro Díaz Castaño, ya supo ver antes de que saltase la primicia que Simón era una apuesta segura, y el certamen le dedicará un foco en la próxima edición de noviembre. Es un acierto pleno, por tanto, antes incluso de empezar: un saludo inmejorable.

Cuarta, y no menos importante: la película está rodada en catalán. Una vez más, se trata de una decisión genuina y sincera tanto de la directora como de la Academia del Cine que ahora la respalda: Verano 1993 cuenta una historia personal e íntima, engarzada directamente en la vida de su autora. Es decir, supone un retrato natural de un lugar natural contado con naturalidad. A lo mejor, una hermosa manera de recordar que se puede hacer cine en catalán sin que se acabe el mundo.

Todo esto, sin haberla visto, y por tanto sin entrar a valorar el contenido de la cinta. Tan solo lo que la rodea, las sensaciones que transmite y lo que supone para todo un país: el mismo día que se anunció la candidatura, el secretario de Estado de Cultura, Fernando Benzo, anunciaba una bajada del IVA al cine del 21% al 10%, para jolgorio de los académicos que festejaban a Simón. Al poco, el Ministerio rectificó la noticia y señaló que se trataba más de un «deseo» que de un anuncio, y se acabó la alegría: el cine sigue siendo el único sector con el tipo impositivo más alto.

Por pedir, no estaría de más que Simón pasase el corte hasta Hollywood y que en un gesto de arrojo (que se antoja imposible) ganase un Oscar, y que con todo eso en la mano y en la mente, se abriese un debate serio y profundo y una celebración honda y sincera sobre las posibilidades que tiene nuestro cine.

Esto último ya forma parte de los anhelos evanescentes, casi del cuento de la lechera, pero ¿cómo no albergar esperanzas con tan buenas noticias juntas?

Sobre el autor

Letras, compases y buenos alimentos para una mirada puntual y distinta sobre lo que ocurre en Asturias, en España y en el mundo. Colaboro con El Comercio desde 2008 con artículos, reportajes y crónicas.


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