Leo en una noticia que el Principado se asegurará de que el arreglo de la carretera de Somiedo no cause ninguna molestia a la “población osera”. Se baraja incluso la posibilidad de hacer una chapucilla rápida con cuatro perras para minimizar el impacto, aunque no sirva para nada. Sin duda este especial cuidado en evitar molestias a nuestros vecinos plantígrados incrementará considerablemente las molestias que tendrán que soportar los vecinos humanos, pero nadie parece preocuparse al respecto. Está claro que no todas las especies amenazadas reciben la misma protección y me pregunto qué criterio se utiliza para ello.
No es, desde luego, el mayor peligro de extinción. Un somero estudio de la evolución de los nacimientos durante los últimos años en ambas poblaciones y sus perspectivas de futuro nos confirmará que el paisano rural cantábrico está mucho más cerca de la extinción que el oso. No es, tampoco, el respeto a las leyes. El acceso a la sanidad y a la educación, garantizado en nuestra ley fundamental, se ve dificultado por las malas comunicaciones actuales. No son razones de necesidad. Los osos, si se sienten incómodos con las obras (cosa más que dudosa), tienen kilómetros cuadrados por donde deambular, los paisanos tienen que sufrirlas por narices.
Es triste que una buena idea (la recuperación del oso pardo) se haya convertido en LA IDEA. Las buenas ideas admiten matices, cambios, compromisos; LA IDEA no se discute, o eres creyente o debes ir a la hoguera. Los gurús del culto al oso nunca admitirán que ahora hacen falta menos medidas de protección y más medidas que faciliten la convivencia entre osos y humanos. Para ellos, lo mejor es que los paisanos desaparezcan por fin y, si no lo hacen lo bastante rápido, hacerles la vida lo más miserable posible para que se vayan. Después proscribirán a los visitantes y sólo los verdaderos creyentes tendrán acceso al paraíso osero.