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Antonio Ochoa

Entre montañas

Sobre crédulos y quejicas

Dos cosas en las reacciones al caso Villa” me han parecido interesantes y esclarecedoras. En primer lugar, nadie se ha molestado en fingir incredulidad. Todos sus colegas han aceptado sin problemas que era cierto. ¿Por qué? Si a mí me dijeran que Ghandi se dedicaba (por ejemplo) al tráfico de armas, me costaría creerlo. Aun viendo fotos de él con un saco de metralletas a la espalda me costaría. ¿Por qué todo el mundo se lo creyó del Ghandi de las cuencas (centrales) sin necesidad de verlo en la foto con el saco de euros camino de Suiza? ¿Acaso asumen que la mayoría de los políticos son corruptos? Ellos, que son políticos, lo sabrán mejor que nadie; pero, precisamente por ello, sería muy, muy preocupante. ¿O acaso ya lo sabían desde hace mucho, pero, mientras él cortaba el bacalao, comían y callaban? Pues eso daría una imagen de la gente que nos gobierna aún más preocupante.
En segundo lugar, es curiosa la lista de sedicentes damnificados. En una partida, unos ganan y otros se quejan de las cartas. Está muy feo que los que ganan se quejen encima. En este caso, muchos individuos cuya capacidad intelectual y moral sólo puede ser estudiada con microscopio y que llevan viviendo como marajás durante años gracias al señor Villa salen a toda prisa a protestar por los daños que les ha causado. ¡No me fastidien! Si esta fuera una sociedad honesta (sin “Villas”), ellos estarían buscando comida en los contenedores. Si no hablaron con la boca llena, no hablen ahora que tienen llena la barriga. Dejen que los pobres mineros actuales, que trabajan con condiciones y sueldos tercermundistas gracias a ellos, se quejen. Sin duda el miedo a quedarse sin chollo les aterra, pero, cuando uno levanta demasiado las sayas para escapar corriendo, suele quedarse con el trasero al aire.

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