Quedaba pendiente hablar de los motivos que empujaban a los ganaderos a protestar. Tampoco esperen que se los detalle; no habría sitio en este artículo. El campo ha sido, históricamente, maltratado en España; despojado de su población para generar mano de obra barata, despojado de sus derechos para favorecer a intermediarios y explotadores y despojado de sus ahorros para capitalizar la banca. Aparte de eso, fue abandonado a su suerte. Y ahora que se fijan en nosotros es peor, sufrimos todos los males del pasado y muchos otros nuevos derivados de una atención desacertada.
El problema es la actitud. En otros sectores productivos, el gobierno se reúne con los empresarios, escucha lo que tienen que decir y, salvo por la esperable incompetencia y los eternos intereses espurios, no se le ocurre hacer nada en contra de la voluntad general. Y no hablo de las eléctricas, que allí van de rodillas a solicitar órdenes. Hablo de la industria, el transporte, la construcción y muchos otros. En cambio, cuando se trata del campo, un sector importantísimo para Asturias, las cosas son muy distintas. Enchufadillos que nunca han dado un palo al agua ni hecho otra cosa que abrillantar la parte posterior de sus jefes de partido, petimetres que no distinguen una ortiga de una paniega y que no serían capaces de meter dos vacas en un prado sin que se les escape una, se dedican a decirles cómo tienen que hacer las cosas a los que llevan toda la vida arrancando ortigas y paniegas y criando vacas.
Hace poco, la justicia tumbó las normas del Parque de las Fuentes del Narcea por no haber contado con los ganaderos y ahora vuelven a las andadas. Ya les vale. El que se sienta en posesión de la verdad absoluta, debe dejar la Consejería y fundar una secta. En la Administración, la opinión de los administrados, especialmente cuando acumulan tanta experiencia, debe ser siempre tenida en cuenta.