Como bien saben los que viven de engañar al prójimo a pequeña escala, como rateros y estafadores, para poder desplumar a alguien sin que se entere, hay que decirle siempre lo que quiere oír e inventar algo que lo tenga distraído mientras le robas. Los que viven de explotar al prójimo a gran escala, como publicistas y políticos, saben que el sistema es el mismo y que nadie diga que esto no funciona con él. ¿A quién no le han robado nunca el bolso o el voto? ¿A quién no le han vendido nunca una “estampita” o un “cambio”?
A mayor robo, por supuesto, mayor distracción; y aquí es donde entra la figura de “el enemigo”. Éste debe ser, necesariamente, imaginario y débil. Imaginario, porque los enemigos reales suelen tener sus propios planes, generalmente desagradables, y son muy difíciles de manipular. Débil, porque … bien, imagínese que llega a la cena de los Óscar y no encuentra mesa. Se acerca un individuo sentado sólo y le dice: “En la entrada estaba X diciendo que eres un imbécil”. Cambie X por Dani de Vito y el tipo saldrá disparado a darle unas tortas, dejándole el sitio. Cambie X por Chuck Norris y el tipo no se moverá de su silla en toda la noche. Es fácil movilizar a la gente contra enemigos imaginarios y débiles, los grandes y fuertes dan miedo.
Ahora sólo falta decirles lo que quieren oír. Ni se le ocurra insinuarles que la mayoría de sus problemas derivan de sus propios errores y que, si quieren mejorar, tienen que dejar de quejarse y poner manos a la obra. No, dígales que son una raza superior y que, si no han alcanzado el paraíso, es por culpa de sus malvados enemigos. Fueron los judíos en Alemania, son el resto de los españoles en Cataluña y podrían ser, incluso, los de Tineo en Navelgas. Una vez los tengas concentrados en esto, puedes robarles hasta la ropa interior sin que se enteren.