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Antonio Ochoa

Entre montañas

Familia

Más allá de caravanas, flores, ceremonias y reencuentros, Todos los Santos nos permite apreciar hasta que punto la importancia de la familia en la sociedad española ha resistido los embates de los tiempos modernos. Ni la escasez de espacio en los pisos ha impedido que siempre quepa uno más ni la distancia a la que la emigración nos exilia impide que volvamos regularmente a ver a los nuestros. De hecho, los atascos que se forman en las proximidades de los cementerios demuestran que aun aquellos que ya no están conservan un lugar en nuestro afecto.
En el desarrollo de la actual crisis, la familia ha tenido un papel preponderante, aunque ambivalente. Por un lado, el exceso de cariño que nuestros gobernantes sienten por sus parientes, en especial a la hora de repartir cargos y contratos, ha sido una de sus causas. Aunque la atención mediática recaiga ahora sobre los Pujol, miles de pujolitos enchufados a dedo pululan por todas las administraciones y cientos de empresas de pujolitos reciben por la cara millones de euros. Si algo está claro en el caso Pujol es que los catalanes son, aún a su pesar, tan españoles como el que más.
Por otro lado, sin embargo, la solidaridad familiar ha permitido paliar los graves efectos de la crisis. Sin esto, muchas más personas se hubieran visto abocadas al hambre y a la marginación y la probabilidad de un violento estallido social hubiera sido muy alta. Estos duros tiempos nos han hecho darnos cuenta de que el oro de ley dura menos que el cariño de ley y que a los que en los tiempos de bonanza acumularon afectos les fue mucho mejor que a los que sólo acumularon cosas.
La crisis nos ha enseñado que todos los españoles somos una gran familia y que, cuando las cosas les empiezan a ir mal a unos, al final nos van mal a todos. ¡Ah! Y que el grado de parentesco es muy importante también, debemos ser todos hermanos, no unos hermanos y otros primos.

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