Pongo las noticias en la tele y no sé si soy un atónito espectador, un sufrido figurante o la víctima en un programa de cámara oculta. La formación de gobierno está degenerando en culebrón, con sus interminables capítulos de amores y desamores, cortejos y traiciones, intrigas y sorpresas. Pero lo de la corrupción se ha convertido en un auténtico reality, con sus grabaciones indiscretas, sus nominados, sus expulsados y esa lucha por la supervivencia, tan soterrada como despiadada, las buenas palabras y las sonrisas educadas siempre prestas en los labios y el puñal afilado siempre listo en la manga. Olvidémonos de grandes hermanos y sigamos los telediarios. Hoy por hoy, la charcutería política es mucho más entretenida que la casquería del famoseo.
Y, entre los nombres que van apareciendo (muchos, en términos absolutos; pocos, comparados con los que quedan sin descubrir), el de exalcaldesa de Valencia brilla con luz propia. Ayer mismo era una estrella de su partido, una de las líderes de una comunidad famosa anteriormente por sus frutas y verduras y ahora, además, por sus chorizos tamaño XXL. Hoy todo cambió. Los mismos que la elogiaban a lametazos la critican sin pudor, los que se daban codazos para hacerse una foto a su lado la rehúyen como si estuviera apestada. Todos han sabido siempre lo que había, todos aceptaron de ella dádivas y chollos, todos querían trepar con ella, pero ninguno quiere hundirse a su lado. Puro reality. ¿Y por qué todos la señalan ahora con el dedo? ¿Se excedió de oratoria etílica? ¿Aceptó regalitos caros? ¿Blanqueó dinero para el partido? ¿Cuántos entre la clase política no cometieron esos pecados? Hay mucho caradura que se ha puesto morado y ahora intenta escaquearse de la cuenta. “¡Que pague Rita!”- dicen. Pero ella se resiste y con razón. ¿Por qué va a pagar Rita sola lo que se han comido entre tantos? ¿Recuerdan lo de “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra”? Aplíquenlo al partido y no volará ni una chinita pequeña.