Por más gaitas que suenen en la TPA y monteras piconas que oscurezcan el Sella, las señas de identidad asturianas (como nuestra economía y demografía) han entrado en un proceso de decadencia peligrosa. El aire de nuestra pobre región huele a estancamiento, a oscuridad y a podredumbre, como esos armarios a los que hace muchísimo que no abrimos las puertas para airearlos, necesitados de una limpieza a fondo que elimine los trastos viejos y los hongos, polillas y carcomas.
Peligran nuestros bosques donde cada primavera menos castaños despiertan del letargo invernal y más elevan sus ramas desnudas al cielo, quizás en súplica, quizás en protesta. El chancro y el tinte, dos hongos parasitarios, se ceban en ellos sin que nadie los defienda. Peligran nuestros pueblos donde la burocracia y los intermediarios, dos carcomas parasitarias, han ido minando la moral de los paisanos hasta hacerlos casi desaparecer. Y peligra, ahora, nuestra patata, gran señora de las mesas astures, atacada por la polilla parasitaria guatemalteca.
Difícil resulta concebir nuestra gastronomía tradicional sin este sabroso tubérculo y difícil imaginar nuestras huertas sin su ciclo anual de siembra y recolección. Podremos, tal vez, engañar a los turistas plantando pinos, contratando actores foráneos para que paseen por nuestros pueblos vestidos de asturiano e importando patatas. Pero los de aquí sabremos que todo está mal. Ni los pinos dan castañas, ni los actores pronuncian el “Ho” con el acento debido, ni los productos importados saben lo mismo. ¿Cómo va a “maridar” una patata francesa con un butiecho, si ni siquiera hablan el mismo idioma?
¿Y qué hace nuestra Administración al respecto? Pues muchas cosas: echar la culpa al calentamiento global o al gobierno central, decir que pasa en todas partes, prometer el oro y el moro y esperar que escampe. Porque nuestra clase política también esta llena de hongos, polillas y carcomas parasitarios. Lleva demasiado tiempo cerrada, sin una buena limpieza a fondo, y necesita urgentemente que se abran las puertas, se saquen los trastos viejos y se ponga una buena dosis de naftalina.