Ha sucedido otra vez. Aquella excepcional granizada que azotó la comarca hace algo más de un año ha resultado no ser una excepción. De nuevo la piedra ha asolado las zonas donde ha caído, dejando huertas y viñas completamente destrozadas. Mucho me temo que la famosa gota fría que solía visitar el Levante en estas fechas ha emigrado al Norte y le ha tomado gusto. Todo ello, como culminación de un año extraordinariamente seco y caluroso que ha dejado las reservas de agua bajo mínimos. El clima está cambiando y no para mejor. Las noticias de ciclones, inundaciones y otros desastres naturales relacionados empiezan a ser tan habituales que pronto dejarán casi de ser noticia. A estas alturas, incluso aquellos políticos ultraliberales que hace un par de décadas decían que lo del calentamiento global era un bulo de los ecologistas intentan borrar sus palabras de las hemerotecas. Por lo que sé, sólo el Sr. Trump afirma que no es para tanto y, después de lo de Texas, quizás ni él.
Un cuarto de siglo tarde, lo hemos reconocido. Era necesario, importante, pero, por sí sólo, no sirve para nada. Si dedicamos otros veinticinco años a pensar que hacer, probablemente no tendrá solución. Es necesario tomar medidas ya y éstas han de ser enérgicas, planificadas a largo plazo y afectar a todo el planeta. Desdichadamente, los únicos que pueden hacerlo, nuestros líderes mundiales, no se caracterizan, precisamente, por su grandeza de miras. Se mueven remolonamente entre la presión de la opinión pública (que es la que les sostiene) y los intereses de las multinacionales (que son las que les pagan), procurando contentar a los primeros con palabras y gestos y a las segundas, con hechos y beneficios. Incluso los acuerdos más nimios son rechazados o incumplidos. Sospecho que sólo cuando la situación se vuelva insostenible, se intentará poner remedio. Por mi parte, no me siento muy optimista. Les recomiendo que se vayan preparando. Yo, de hecho, estoy buscando por Internet a ver si Noé dejó planos del Arca.