Hace poco, en uno de esos momentos de debilidad que todos padecemos, encendí la tele mientras desayunaba y, quizás por fatalidad o porque proliferan a esa hora, me encontré con una tertulia. Mientras localizaba el mando, tuve la oportunidad de escuchar una (supuesta) gracieta comparando la destrucción causada por el Irma con la causada por el régimen castrista. Cambié de canal, caí en otra tertulia y hete aquí que escucho la misma gracia en boca de otro tertuliano. ¿Telepatía? Bueno, no me pareció muy normal, pero tampoco, paranormal. ¿Casualidad? Podría ser, si este tipo de “coincidencias” no fuesen demasiado frecuentes para ser fruto del azar. No, la explicación es más sencilla, más prosaica: “Consignas”.
Cada día, los comités correspondientes de los partidos se reúnen para decidir cuáles quieren que sean los temas de actualidad y lo quieren que sus simpatizantes piensen sobre dichos asuntos. A continuación, les explican a sus “tertulianos”, “informadores” y “escritores” de plantilla lo que tienen que decir y éstos lo repiten en telediarios, programas de opinión y artículos, sin problema. Después, como en una epidemia, sus seguidores asimilan el virus y lo trasmiten a sus amigos, extendiendo la plaga a toda la población. Muy pocos parecen molestarse en hacer “zapping” para contrastar versiones y, menos aún, en aplicar su propio sentido crítico a lo que oyen.
Con este corrupto y extendido sistema, la “opinión libre” del “pueblo soberano” acaba siendo mucho menos libre y soberana de lo que convendría en un país democrático formado por ciudadanos y mucho más propia de una secta formada por creyentes. Resulta deprimente también lo poco que cuesta encontrar en este país a alguien que mienta, manipule y calumnie por tí a cambio de un puñado de monedas. Por el bien de nuestra democracia, deberíamos reducir drasticamente la oferta de sicarios armados con palabras envenenadas y aumentar en igual medida el número de ciudadanos capaces de notar cuándo los están adulando y diciéndo lo que quieren oír para manipularlos. Cuando alguien te acaricia la oreja, algo quiere de tí.