Nos explicaba el Delegado del Gobierno hace poco que la tasa de criminalidad en nuestra comarca era menos de la mitad de la media de Asturias que, a su vez, es la mitad de la media española. Es, por supuesto, una buena noticia que influye favorablemente en nuestra calidad de vida y en la imagen que damos de cara al turismo. No tengo duda de que el buen desempeño de los cuerpos de seguridad contribuye a este hecho y de que su cercanía al resto de los vecinos les añade motivación y les ayuda en sus investigaciones. Estoy seguro, también, de que nuestro entorno rural nos ha ayudado a conservar ciertos valores que en zonas más urbanas se han ido perdiendo y, probablemente, los indígenas seamos más respetuosos con lo ajeno y menos dados a la violencia. Pero existen otros motivos para este bajo número de delitos no tan positivos.
No nos roban más porque es poco rentable. Despistar a la policía por las calles de Gijón requiere un conductor experto; hacerlo por la carretera de Genestoso, requiere un genio. Una furgoneta con mercancías y un tractor con rollos de silo pueden tener el mismo valor; pero, entre escapar a cien con una o a treinta con el otro, hay diferencia (aparte de que nos olerían a kilómetros sin necesidad de perros). Las zonas rurales están mayormente habitadas por jubilados de la Agraria y, dadas las “increíbles” pensiones que cobran, si alguien intenta atracar a uno de ellos, debería estudiarse si enviarlo a la cárcel o a un centro especial. Un grupo de individuos en gabardina delante de un banco de Oviedo pasarían desapercibidos, junto a un banco de Tineo atraerían las miradas de todos los transeúntes. Nuestras malas comunicaciones, falta de industrias, bajos ingresos y escasa población contribuyen también a protegernos de la delincuencia. Y, a veces, pienso que no me importaría sentirme un poquito (no demasiado) menos seguro y un poquito (no demasiado) mejor tratado en el reparto de la riqueza y los servicios.