En una ocasión me recetaron unas pastillas tan enormes que sólo mirarlas daba congoja. Entonces entendí cuán gráfica era la expresión: “Comulgar con ruedas de molino”. Sin embargo, nuestros políticos no tienen reparo en largarnos pedruscos redondeados de este calibre cada poco. Saben bien que cuentan con una corte de aduladores y plumillas de alquiler que fingirán tragarlas, les pulirán las aristas como puedan y se las pasarán a los demás afirmando que son estupendas. Por dura que sea la piedra, más dura es el hambre y siempre ha habido gente dispuesta a vender su dignidad por un plato de lentejas. Además, siempre están aquellos que, tratándose de “su” partido, tienen unos pasapanes que parecen túneles de autovía.

El resto de los ciudadanos tenemos ya la garganta muy escocida y nos va costando tragar lo que nos echan. El caso de Cristina Cifuentes y su “atípico” master ilustra perfectamente lo anterior. Pillada con las titulaciones abajo, sus explicaciones han sido auténticas “piedras de molino” que incluso los medios afines han tenido dificultades en digerir. Algunos, de hecho, empiezan a notar ardores de estómago e intentan retirarse discretamente de la mesa. Otros, abandonada la primera defensa, se limitan a insinuar (por lo bajo) que no es para tanto, lo que retrata perfectamente su (des)nivel de honestidad. Sólo aquellos que no tienen otro lugar donde comer siguen sentados, masticando lo que les caiga, con el tenedor y el buril en la mano.

Es difícil imaginar una alumna tan discreta que ninguno de sus compañeros de clase recuerde haberla visto o una administración universitaria tan caótica que ponga las notas con dos años de retraso y lo haga alguien de un campus diferente que nada tiene que ver con el asunto. Pero lo más difícil es aceptar que alguien olvide o pierda un trabajo final que le ha costado montones de horas y sudores. Yo (un auténtico desastre con mis papeles) guardo y recuerdo todos los que hice y todo aquel que haya hecho alguna vez uno coincidirá en eso.