Cuando la semana pasada hablaba de los efectos de la primavera, no esperaba que pudieran llegar a estos extremos. Hasta pensaba que las cosas empezaban a asentarse. Aquí, en Asturias, incluso habíamos vuelto a preocuparnos por las consecuencias de las intensas lluvias y porque la Ministra para la Transición Ecológica había dicho que el carbón tenía las horas contadas. Como si “fana” y “argayo” fueran vocablos chinos y Alonso y Cachero apellidos japoneses. Claro que ya sabemos que en esta región los muros se ponen después de que la ladera se viene abajo y los “defensores del carbón” se indignan cuando ya no quedan minas.

Hasta parecía que tanto el cielo como el furor ecológico de la ministra iban escampando. Y entonces, dos de las más sacrosantas instituciones españolas se vieron sacudidas de arriba a abajo. Para empezar, se ordenó el ingreso en prisión de un antiguo duque y miembro de la Familia Real. La Monarquía ya no era intocable. La traición de Fernando VII y la ejecución de Riego habían sido vengadas, aunque fuese con dos siglos de retraso e “interpósita persona”. Esa tendría que haber sido la noticia de la semana, para satisfacción de muchos, pero entonces sucedió algo impensable.

Porque, después de lo que ha caído en nuestro país, ya tenemos claro que ni de la meteorología, ni de la política ni siquiera de la monarquía podemos fiarnos. Pero nunca, aún en nuestras peores pesadillas, hubiéramos podido imaginar que el pilar básico del orgullo hispano, la “Roja”, se vería afectada por esta primavera loca. Y, por si esto fuera poco, que fuese por culpa de las maniobras poco elegantes de otro de los bastiones de la españolidad: el Real Madrid. Ni los más avezados opinadores futbolísticos sabían que pensar hasta que les llegaron instrucciones del gabinete de prensa correspondiente. ¡Ahora que íbamos tan bien y nos sentíamos casi favoritos! ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Es que ya no se respeta nada? “Quousque tandem”- que decía el gran Cicerón. A ver si llega pronto el verano.