Anda el país revolucionado con la sentencia del caso Gürtel y el descubrimiento de que algunos de nuestros políticos no son completamente honestos. Para los que teníamos total confianza en ellos, ha sido un golpe terrible. Los que les habíamos creído cuando decían que eran todo eran conspiraciones de los izquierdistas de siempre, que estaban ahí sólo para servir a España, sacrificando sus intereses personales, que ellos eran los enviados divinos para sacarnos de la miseria, estamos sumidos en la más absoluta confusión mental. ¿Cómo podíamos imaginar que aquellos señores que salían cada poco por la tele diciendo cosas tan sensatas y que una vez, incluso, nos habían dado la mano nos estuvieran engañando y robando? ¿Cómo podíamos suponer que aquellos cochazos de lujo no se los habían comprado con sus ahorros, sino con los nuestros? ¿Cómo podíamos pensar que el dinero para aquel tren de vida que llevaban no salía de sus fondos de inversión, sino de los fondos que los españoles creíamos destinar a sanidad, educación o pensiones?

Es normal que a nosotros, ciudadanos de a pie, nos dejase descolocados semejante revelación. Incluso a los otros políticos los ha pillado también por sorpresa. Hasta a ese chaval tan majo, tan espabilado y tan educado, el Rivera, le tenían engañado. Que si se hubiera siquiera barruntado algo así, nunca les habría apoyado en la Comunidad de Madrid y en los Presupuestos. Que ha dicho que habrá “un antes y un después de la sentencia”, aunque no he conseguido enterarme muy bien si con eso quiere decir que van a dejar de apoyarlos o que los seguirán apoyando, pero con asco. Y luego tenemos al Sánchez, que le ha faltado tiempo para presentarse con una escoba en el Congreso, ofreciéndose a barrer los rincones del Hemiciclo. Si todos sabemos que en su casa no quita ni el polvo de encima de la mesa del comedor.

¿Qué va a ser de nosotros? ¿Quién nos salvará? ¿O nos veremos obligados por fin a crecer y asumir nuestras responsabilidades como adultos?