Ya no somos la Asturias desconocida, nuestra comarca suena con fuerza entre turistas y operadores. El número de visitantes ha crecido espectacularmente en los últimos años y es de esperar que continúe así. No fue fácil. Fueron necesarias décadas de iniciativas de lo más dispar. Algunas llegaron a buen puerto, otras hubieron de cambiar de rumbo y unas pocas naufragaron en el empeño. Una buena cantidad de energía se perdió en disputas estériles y la coordinación fue siempre muy mejorable.

Pero hemos tenido a nuestro favor esos extensos bosques en los que perdernos del mundo para reencontrarnos con la naturaleza, esos platos y vinos que restauran nuestras fuerzas tras las caminatas y ese paisanaje para el que la conversación y la hospitalidad con los forasteros son señas de identidad.

Lejos de campañas publicitarias, todo esto se ha ido dando a conocer gracias a un sistema más antiguo y fiable: “de boca en boca”. Para ello hemos contado en primer lugar con el apoyo incondicional de nuestros paisanos que residen fuera. Cada vez que uno de ellos, a la hora del café en la oficina, se detenía un momento con los ojos perdidos, húmedos de nostalgia, y rememoraba aquel potaje que se había comido en verano en tal restaurante, nos mandaba media docena de turistas.

Y estos turistas, que gracias a esto o a eventos culturales, deportivos, gastronómicos o festivos, nos visitaron, se convirtieron en nuestra segunda oleada de propagandistas. Si a ello unimos la facilidad con la que los mensajes circulan hoy en día por las redes sociales, el impacto de todos estos comentarios positivos es muy superior al de cualquier anuncio que pudiéramos imaginar.

Además, estas personas que nos llegan, peregrinos del Camino de Santiago, de la ruta de las ermitas o, simplemente, de la buena mesa, son mayoritariamente respetuosos con nuestro paisaje y paisanaje. Nuestro principal objetivo ahora tiene que ser asegurarnos de que esto siga así, de que el incremento de visitantes sea controlado y de no morir de éxito como les sucedió a tantos.