Frecuentemente los analistas nos advierten de que la “era de la información“ ha dado paso a la de la “postverdad”, las “fake news”  y los “reality”, todos ellos “palabros” foráneos que son sólo maneras mentirosas de llamar a las mentiras: La “postverdad” es simple falsedad, las “fake news” son las noticias falsas de siempre y los “reality” son tan reales como los gamusinos. Curiosamente, el uso generalizado de estas expresiones demuestra lo acertadas que son dichas advertencias, porque significa que la cotización de la honestidad se ha desplomado de tal manera que las verdades han de ocultarse tras palabras veladas para que resulten irreconocibles y no molesten. La falsedad, en cambio, está en la cresta de la ola, los embustes más descarados campan a sus anchas por todos los foros mediáticos y virtuales y, cuando sus autores son descubiertos, lejos de sonrojarse de vergüenza, se yerguen y gritan más alto.

La información, cuando llega como un bombardeo continuo en el que no podemos diferenciar lo importante de lo trivial ni lo verdadero de lo falso, no es poder, no es la herramienta que nos hace libres; al contrario, son las cadenas que otros usan para reducirnos a la esclavitud. Frente a este tsunami de basura, la única barrera que puede defendernos es la educación. Pero no esa formación técnica específica, tan popular ahora, que nos convierte en maquinitas útiles, ni la edulcorada “educación en valores, que nos convierte en borreguitos políticamente correctos. Lo que necesitamos es esa cultura general, humanística y científica, que nos convierte en ciudadanos conscientes, con suficiente criterio para poder juzgar y decidir por nosotros mismos. Pero, así como a menudo oímos ensalzar las virtudes de las dos primeras, esta última es continuamente despreciada y denigrada. Nada extraño, por supuesto; a los que gobiernan y a los que gobiernan a los que nos gobiernan no les conviene. De nosotros y de nuestra implicación en su educación dependerá que nuestros hijos o nietos sean lindos robotitos bien programados o personas libres. No se lo pondrán fácil.