Uno de los motivos que hace difícil el seguimiento de la actualidad política es que esta nueva generación que está tomando el relevo parece toda cortada por el mismo patrón. Si coges un video con un discurso de cualquiera de ellos, ocultas su cara y metes un pitido sobre cada nombre propio o sigla que diga, te será casi imposible adivinar quién es el que está hablando. Los trajes y estilos, las posturas y gestos son perfectamente intercambiables; los tonos, cadencias y pausas para el aplauso están sacados del mismo manual; en los insultos, mentiras y consignas sólo varían los nombres de los destinatarios; los argumentos y las ideas… bueno, esos brillan por su ausencia en todos por igual.
Semejante homogeneidad resulta sorprendente, pero, antes de que algún iluminado empiece a hablar de extraterrestres o experimentos genéticos, les propondré una explicación más terrenal: se parecen tanto porque su experiencia vital ha sido muy similar. Todos ellos han pasado por las organizaciones juveniles de los partidos (confortablemente mantenidos por sus papis) y después han ido trepando por sus estructuras sin salirse ni una sola vez de la línea oficial. Por ese motivo llevan el uniforme por fuera y la uniformidad por dentro con la seguridad y empaque que da una larga práctica. Nunca cambiarán una prenda del disfraz ni una línea del guion porque para eso hace falta un pensamiento independiente y ellos carecen de ambas cosas.
Lo terrible es que esta gente, que ha pasado de los amorosos brazos de mami a los cómodos sillones del partido sin haberse tenido que enfrentar nunca a la vida real, será la que dirija este país desde ahora. Estos tipos, que jamás han tenido que preocuparse de buscar un empleo, tienen que arreglar el problema del paro. Estos individuos, que necesitaban que su madre les hiciera la lista para ir a la compra, han de dirigir la economía nacional. Estos guaperas, que siempre han vivido rodeados de privilegios, aseguran que acabarán con la creciente desigualdad social. ¡Que Dios nos coja confesados!