Ya falta menos para el Carmen. Sobre los corrillos cangueses se empieza a vislumbrar el humo y el olor a pólvora impregna las conversaciones. Este año, sesudas explicaciones alternan con encendidos debates y bien está que así sea, porque unas y otros son a las tertulias lo que el tocino y el embutido al potaje. Llegan tiempos de cambios y eso siempre suscita tantos temores como esperanzas. Por fin se va a desarrollar en Asturias la normativa que acoge a fiestas singulares y tradicionales como la nuestra. La Administración por un lado y Sociedad de Artesanos, Federación de Peñas y Ayuntamiento por otro tendrán que flexibilizar sus límites para crear un espacio común donde Ley y Tradición puedan convivir cómodamente. De momento, las conversaciones están presididas por la buena voluntad y la cordialidad y hemos de confiar en que sus frutos nos satisfagan a todos en lo posible.

Ahora mismo, los responsables de las peñas y otros interesados están haciendo cursos de Consumidores Expertos y el año que viene seguramente se harán los cursos para tiradores. Probablemente, la mayoría ya sabemos muchas de las cosas que nos cuenten, pero, con un poco de humildad, siempre podremos aprender o recordar algo que ya estábamos empezando a olvidar (salvo, claro está, los que lo saben todo dos veces). Porque un tirador cangués es mucho más que un individuo con un volador en una mano y una mecha en la otra. Debe ser consiente de su entorno y evitar sus más peligrosos enemigos: las cargas de voladores delante de los pies, los obstáculos encima de la cabeza, el alcohol dentro de la barriga y las cámaras enfocándolo donde él pueda verlas. Necesita ser experto en ángulos para colocar el volador entre los 60⁰ y los 90⁰ (decididamente hacia arriba, pero no hacia atrás), y ducho en trayectorias, descartando completamente las que implican colisiones contra aleros y balcones. Y, en fin, ha de tener siempre en su mente el repetido lema de la pólvora canguesa: “¡Que nun se manque nadie!