¡Pésimo otoño para la economía asturiana! Y, como profetizaba Fito, todos los indicadores sugieren que, “después de un invierno malo”, tendremos “una mala primavera”. Recortes en Arcelor, ERE en Vesuvius y cierres en el grupo Día; las noticias sobre pérdidas de empleo no cesan de acumularse. Hace poco publicaba El Comercio que Asturias había perdido veinte mil trabajadores en el último año y bajado nueve posiciones en el ranking de competitividad de las regiones europeas, con nuestra población en caída libre.
Esto parecería combustible suficiente para incendiar las redes sociales, pero no. Lo que realmente creó polémica fue el intento de la consejera de Cultura de exponer su programa en asturiano. Y, después de reflexionar sobre ello, tiene sentido. El desplome de la economía regional aboca a nuestra juventud a la diáspora. Dentro de poco aquí sólo quedaran jubilados y, después, esto se convertirá en Reserva Natural. Si querremos que el pueblo asturiano sobreviva en el exilio, es imprescindible que conserve su identidad y parte importante de ella es la lengua.
Es necesario que nuestros hijos aprendan inglés para que puedan defenderse allá donde la emigración los lleve, pero también deben aprender asturiano para que puedan enseñárselo a sus hijos y los domingos se reúnan en una sidrería de Houston a cantar canciones que hablan de valles verdes y, como los sefardíes de Toledo, a enseñarse la llave de la casa de la aldea, que aún conservan, aunque la puerta que abría ya no existe y de la casa sólo queden muros derruidos.
En cuanto a la polémica, un parlamento es un templo de la palabra en el que ninguna lengua debería estar prohibida, pero también es un templo del entendimiento y éste debería buscarse por encima de todo y, además, un templo del pueblo. Lo mejor sería ofrecer tres versiones: una en asturiano, como legua llariega, otra en castellano, como idioma común y un resumen cortito en palabras sencillas en la mezcla de ambos que usualmente utilizamos los ciudadanos, que somos lo que pagamos todo este cachondeo.