Acabo de recibir una llamada de mi amigo Eulogio pidiéndome ayuda. La verdad, me costó identificar aquella voz desesperada con la del alegre compañero que nos había hecho reír a carcajadas en la cena de cumpleaños que habíamos celebrado en su casa hacía sólo unas horas. Me explicó que esta mañana había salido a devolverle a su madre el mantel de hilo que le había prestado para el evento. Ya en la calle, pensó que sería mejor doblarlo y lo extendió ante sí. Entonces, un grupo que pasaba lo vio sosteniendo lo que parecía una bandera blanca, imaginó que era una marcha pacifista y decidió sumarse.
Eulogio, de momento, no se dio por aludido y se puso a mirar el mantel por ambos lados por si había manchas. ¡Nunca lo hubiera hecho! Otro grupo lo vio dando capotazos con un trapo blanco, pensó que era una manifestación antitaurina y se apuntó también. Mi amigo, ya mosqueado, se giró entonces y les grito: “¡Basta de cachondeo!”. ¡Craso error! Inmediatamente empezaron a surgir voces: “¡Sí, nos toman el pelo!”, “¡Basta ya!”, “A la cárcel!”. Y la gente comenzó a agolparse alrededor.
El pobre Eulogio perdió su presencia de ánimo y echó a correr para escaparse. ¡Mala idea! Lo que aún era un conglomerado amorfo se convirtió en una Carrera Popular y desde todos lados empezó a aparecer gente con ropa deportiva, con disfraces y hasta sin ropa. Como no conseguía despegarse de ellos, mi colega entró en un bar y, desesperado, se refugió en el servicio. ¡La ruina! Sus seguidores pensaron que era un avituallamiento y se lanzaron a apuntar consumiciones a la cuenta de la “organización”. Cuando Eulogio salió del baño, el dueño lo estaba esperando con una factura de más de tres mil euros.
Para entonces, una variopinta multitud se agolpaba en la plaza; cuatrocientos, según el camarero; entre cien y doce mil, según Delegación de Gobierno (cuando sepan de que va la manifestación, ya concretarán). Mi amigo no sabe qué hacer, yo tampoco. ¿Se les ocurre algo?