Mi amigo Eulogio está por fin a salvo, aunque, comprensiblemente, no quiere decir dónde. Ha superado el bajón del martes, cuando descubrieron en un piso al lado a una pobre señora mayor que llevaba años muerta sin que nadie se enterase. El hombre pensó que semejante tragedia haría que se olvidaran de él; pero los actuales “activistas peripatéticos” sólo se mueven por causas lejanas y exóticas; quieren salvar la humanidad, el planeta o la galaxia entera. Una anciana solitaria fallecida de tristeza y soledad es algo demasiado cercano (podríamos ser cualquiera de nosotros dentro de unos años) y carece de glamour.

Tampoco le sirvieron algunos de los consejos que recibió, aunque los agradece igual. Santiago A., por ejemplo, le insistió reiteradamente en que aplicase el 155 y sacase los tanques a la plazoleta; pero, después de un tiempo, Eulogio había empezado a ver a los allí congregados casi como seres humanos y le hubiera dado pena verlos aplastados por las orugas. Mariano R. le propuso formar un gobierno de amiguetes y dejarlos meter la mano hasta que le pusiesen una moción de censura. Pero esto podría llevar años y mi amigo no podría resistir tanto. Incluso Pedro S. mandó un mensaje para decirle que aún no había descubierto cómo conseguir que le echasen, pero seguía intentándolo.

Al final fueron las sugerencias de Pablo I. y de Albert R. las que lo sacaron del aprieto. El miércoles por la mañana se armó de valor, salió a la plaza y les propuso crear un partido para defender sus reivindicaciones. Les pidió que elaborasen un programa y eligiesen una ejecutiva. Para la tarde ya habían aparecido veintiocho corrientes diferentes cada una con sus líderes enfrentados entre sí. El jueves por la mañana, el guirigay montado era tan grande que nadie se acordaba de Eulogio y pudo largarse sin problemas. De momento, se está pensando las ofertas de “Sándiame Deluxe” y del “Chiringuito de Gritones” para ir a animar sus tertulias. ¡Ah!, y ya le devolvió a su madre el malhadado mantel.