En algún punto de su evolución, los seres humanos dejaron de adaptarse al medio y empezaron a adaptar el entorno a sus necesidades. Ello no hubiera sido posible sin el concurso de dos poderosas herramientas intelectuales, el lenguaje y los números, que dieron lugar a la literatura y las matemáticas y, por ende, a la civilización. Los humanos se multiplicaron y agruparon, las ciudades hicieron necesaria la organización social y así nació la política, una heredera de aquellas dos disciplinas, que aspira a conjugar palabras y cifras en la búsqueda de bien común de los ciudadanos.
O, al menos, así tendría que ser en teoría. En la realidad actual, las palabras se usan para llegar al gobierno, las cifras, para hacer caja una vez que llegas y del bien común de los ciudadanos… ¡que voy a decirles que ya no sepan! Desde luego, en todo este tiempo que llevamos de precampañas, campañas electorales y postcampañas, hemos podido escuchar un montón de literatura y muy pocas matemáticas (salvo para el cómputo de mayorías). Pero, ahora que toca gobernar, sería importante que se usase una adecuada combinación de ambas, porque la literatura sin matemáticas que la sostengan es como un corazón sin cabeza, pero las matemáticas sin literatura son como una cabeza sin corazón y de esto último ya hemos tenido más que suficiente.
Este gobierno experimental que vamos a “disfrutar” tiene pinta de ser bastante literario; lo que no está mal, porque llevamos demasiado tiempo con los mismos unos haciendo las cuentas y los mismos otros pagándolas. En política son imprescindibles los sueños, las utopías, los cuentos de hadas, pero igualmente importantes son las cuentas de habas, porque las hadas sin las habas producen desnutrición y las habas sin las hadas, depresión. Los romanos, gente práctica, decían: “Primun vivere, deinde philosophari”. Esperemos que el Sr. Sánchez y el Sr. Iglesias recuerden este adagio clásico y no tengan que acabar abusando de la literatura en un intento de explicarnos por qué intentaron tantas cosas y ninguna pudo ser.