Me asombra la polvareda que se ha montado a cuenta del dichoso coronavirus. Hay que cambiar la forma de enseñar las matemáticas porque la gente no las entiende. Examinando las cifras vemos que, hasta ahora, ha habido en todo el mundo unos 80.000 afectados y han muerto unas 2.700 personas. Pueden parecer muchos, pero si lo comparamos con la gripe común, por ejemplo, que afectó la pasada campaña a unos 525.000 españoles y mató a 6.300, no son nada. Causó seis veces más afectados y más del doble de muertes sólo en España que ahora a nivel mundial y ni hubo histeria ni portadas de medios.
Los que nos manipulan a base de contarnos milongas saben bien que la única enfermedad para la que no hay esperanza de cura es la tontería que cursa con ignorancia y se aprovechan de ello. Y no escarmentamos. Ya nos pasó con las “vacas locas”, con la “gripe del cerdo” y con muchas más. La OMS ha gritado tantas veces “¡Que viene el lobo!” que el día que sea verdad nadie los va a creer. Ver a alguien subirse al coche (más de mil muertos el pasado año) con mascarilla y sin casco demuestra que la estupidez humana no tiene límites.
Yo entiendo que hay colectivos concretos que es razonable que estén especialmente vigilantes. Para un republicano, por ejemplo, es una ignominia ideológica permitir que te tumbe un coronavirus. También están las personas que son negadas para los idiomas. Tiene que ser imposible para ellos aprender a estornudar y toser en chino (¿Cómo se escribirá ¡AAATTCHIS! y ¡COH, COH! en mandarín?). Para el resto, es mejor emplear el dinero de la mascarilla en echar una primitiva. Las posibilidades de que te sirva para algo son más o menos las mismas y una sólo te evita unos días de cama y la otra te garantiza años de disfrute. Las tomaduras de pelo están proliferando de tal manera que al dicho “en cien años, todos calvos” va a haber que restarle muchas décadas”.