Hablaba el otro día de esas visitillas preelectorales de prebostes que, a partir de ahora, empezarán a proliferar. Por supuesto, todos los políticos participan en ese juego, pero los que están en el poder tienen dos ventajas: viajan en coche oficial y, además de muchas promesas, pueden hacer inauguraciones. Claro que, en estos tiempos en que la corrupción ha dejado (y sigue dejando) secas las arcas públicas, ya no hay tanto dinero para hormigón y asfalto; pero eso no es obstáculo. La picaresca nacional es capaz de hacer milagros multiplicadores. Además de el “ir a inspeccionar las obras” del que ya hablamos, están las inauguraciones por fases (recuerden el HUCA), con lo que de una sola obra se pueden sacar montones de fotos electorales.
Tenemos también la multiplicación de obras merced a otro clásico español, la chapuza, mucho más dañino aún que lo anterior. En vez emplear el dinero que hay en unos pocos proyectos serios que realmente solucionen problemas, se despilfarra en multitud de chapucillas que no son (en el mejor de los casos) más que parches temporales. La carretera de Villalar, de la que hablamos, es un claro ejemplo. Es estrecha, con curvas muy cerradas y firme deplorable. Necesita, pues, eliminar las curvas más problemáticas, ensanchar con una cuneta transitable y asfaltar. Sólo se está haciendo esto último. ¿Consecuencias? La elevación del nivel de la calzada hará imposible aprovechar el exterior para cruzarse con otros vehículos, con lo que acabará siendo aún más estrecha y peligrosa. Pero claro, así, con el mismo dinero, se podrán inaugurar unas cuantas carreteritas estrechas y peligrosas más; hacerse muchas más fotos y ganar un montón de votos. Luego, cuando lleguen los problemas, quedarán cuatro años de chollo asegurados y, en ese tiempo, la gente olvida. Durante décadas este sistema ha funcionado. Hay quien asegura que los ciudadanos ya no tragan, pero eso sólo el tiempo lo dirá.