Durante el año pasado hemos asistido a una nueva vuelta de tuerca en esa larga serie de transiciones que han sido nuestros último medio siglo. En los setenta, los españolitos habíamos pasado de ser niños asustados a adultos reivindicativos y esa fue la verdadera primera transición. Fue el poder de la calle y no ninguna milagrosa conversión de los franquistas en demócratas lo que acabó con la dictadura. Entonces, una plaga de trepas encabezada por Felipe González se abalanzó sobre las instituciones, echó a todos los que habían luchado altruistamente por la democracia y nos convenció de que nos relajásemos, disfrutásemos y dejásemos la política en sus manos. Los españolitos pasamos de defender nuestros derechos a ser meros usuarios y esa fue la segunda transición. Así pudieron sobornar, infiltrar o destruir todas las organizaciones sociales existentes hasta dejarnos totalmente desarmados en sus manos. Después llegó Aznar con los suyos y nos explicaron que, si nos convertíamos en especuladores, todos seríamos ricos. Así que los españolitos dejamos de ser ciudadanos y nos pasamos a ser individuos insolidarios dispuestos a triunfar a cualquier coste. Esas fue la tercera transición.
Y llegó la crisis y esta enorme estafa piramidal se vino abajo. Nos dimos cuenta de que habíamos sido los primos en un gigantesco timo de la estampita y que nos lo habían robado todo. Con el desengaño llegó la rabia y la impotencia. Miramos alrededor y descubrimos que no había a quién acudir, que estábamos rodeados de contaminación política por todos lados. Y, poco a poco, como medio siglo antes, se empezaron a oír voces sueltas llamando a la acción. Voces que se convirtieron en coros y se unieron en masas corales. Durante este año pasado, los españolitos fuimos dejando de ser víctimas inermes y volvimos a ser ciudadanos reivindicativos. Esta es la cuarta transición (u otra vez la primera) y espero que esta vez sí, por fin, consigamos crear entre todos un país democrático.