La ecología ha salido del restringido ámbito de los especialistas a la calle. Oleadas de inundaciones, incendios y hambrunas han acabado por asustar a los más renuentes. Tal concienciación general era necesaria, éste es un asunto que tendremos que encarar entre todos. Sin embargo, parte de la preocupación global ha degenerado en una serie de grupúsculos y movimientos “ecologistas” donde la raíz de la palabra, la “ecología”, ha perdido todo el peso frente al sufijo, el “ista”, y, por ello, están mucho más cerca del fanatismo de las sectas que del rigor de las ciencias. En ellos, los conocimientos se sustituyen por consignas, los argumentos disidentes se convierten en herejías y ante cualquier cuestión repiten incansables su mantra favorito: PROHIBICIÓN.

Desdichadamente, a estos “salvadores” de la Naturaleza no les quedaba mucho que salvar donde viven, así que han lanzado una cruzada para salvar “nuestra” naturaleza que, por cierto, iba razonablemente bien hasta que llegaron. Y, como vivimos en un país donde la política es tres cuartos de trapicheo y uno de demagogia, han empezado a llovernos disposiciones que van desde lo ridículo hasta lo gravemente contraproducente. Nadie se molesta en informarse y en consultar con los verdaderos expertos, que son los que leyeron mil libros para escribir uno, no los que escribieron cien sin leer ninguno. Es más, a nadie se le pasa siquiera por la imaginación preguntar a los afectados. Estos modernos cruzados vienen con su “verdad absoluta” y los indígenas debemos convertirnos o desaparecer (preferiblemente, esto último).

Por supuesto, todas estas reglamentaciones han ido fracasando una tras otra, pero, para cuando sus nefastos efectos se hacen evidentes, sus responsables políticos ya están cómodamente retirados en algún consejo de administración y sus impulsores están embarcados en alguna nueva cruzada de prohibiciones que (¡Esta vez, sí!) arreglará todos los desaguisados. Y nosotros, los que amamos nuestra comarca y sufrimos al verla así maltratada, estamos cada vez más preocupados por nuestra pobre naturaleza que va muriendo día a día porque, con salvadores como esos, no hacen falta enemigos.