El turismo como fuente de riqueza para nuestra comarca ha dejado de ser un sueño y se ha convertido en una realidad aun incipiente, pero prometedora. No está de más, pues, hacer un repaso a lo que podemos ofrecer a nuestros visitantes. Porque no hay problema en cuanto a paisajes, naturaleza, tranquilidad, gastronomía o calidez de nuestras gentes; ahí poco mas podemos hacer que proteger y promocionar lo que tenemos. Pero, en lo que se refiere a monumentos, no gozamos de las mismas ventajas.
Los asturianos fuimos tradicionalmente gente sobria, más preocupada por la funcionalidad que por el aspecto y poco amiga de alardes arquitectónicos. De hecho, hasta la llegada de Tini Areces con sus muselones y hospitalones, llamábamos “casona solariega” a cualquiera que tuviera tres plantas y un escudo. Existen bastantes centros de interpretación y otras zarandajas hijas de los Fondos Mineros, pero su valor artístico está muy lejos del que fue su coste económico y sólo en una posible (interesante) “ruta del despilfarro y el choriceo” tendrían cabida.
Carecemos de barrio monumental que recorrer en una mañana; tenemos, en cambio, múltiples pequeñas maravillas dispersas por diferentes lugares. Eso dificulta la conservación y la atención que necesitan y obliga a planificar con más cuidado las rutas y visitas. En mi pueblo (y perdónenme por hacer patria chica) tenemos una de estas joyas, una iglesia románica de finales de S. XII, con su bonito pórtico y su leyenda local. Muchos visitantes se acercan a verla y, después, tras dos kilómetros de subida entre prados y bosques, llegar al Castro San Chuis.
El problema es que lo más interesante de la misma, especialmente sus pinturas, no son accesibles a los turistas ya que la iglesia sólo se abre para el culto, momento poco adecuado para visitas. Y, cuando alguien nos pregunta cómo puede verlas, nada podemos hacer salvo encogernos de hombros un poco avergonzados. Así languidecen estas pequeñas maravillas, esperando ser restauradas y expuestas al público como reclamo de la comarca. No deberíamos descuidar tan lamentablemente nuestros escasos recursos.