Vivimos en el paraíso natural de la demagogia, la desvergüenza y la mentira. Si oyes a cualquier cargo político decir que hace un día esplendido, ya sabes que necesitarás abrigo y paraguas para salir a la calle. Por eso, cuando leí la afirmación del consejero del ramo de que el Centro de Salud de Cangas no se hará en esta legislatura, pero quedará atado y bien atado para la siguiente, apenas me provocó una mueca sarcástica. Estamos ya tan acostumbrados a este tipo de brindis al sol que no nos sorprenden. Demasiado acostumbrados.

Por supuesto, el individuo sabe que lo que está diciendo es pura palabrería. Sabe que esa promesa ha sido ya hecha anteriormente varias veces y otras tantas incumplida. Sabe que él no estará en ningún hipotético gobierno que salga de las próximas elecciones. Sabe que, incluso si milagrosamente estuviera, encontraría alguna disculpa para desdecirse al día siguiente de jurar el cargo. Sabe todo eso, pero no le importa porque sabe también que nadie le pedirá nunca responsabilidades por mentir, como tampoco se les pidieron a otros. Sabe que, cuando deje el sillón, nosotros nos quedaremos con las promesas vacías y él se ira con la bolsa llena.

Es esa impunidad la que nos ha llevado a donde estamos. Nunca pasa nada, no importa lo descaradas que sean las mentiras o lo escandalosos que sean los quebrantos económicos. De todas estas décadas de demagogia omnipresente y millones evaporados, sólo han sido acusados el pobre Riopedre y cuatro más, cabezas de turco de una corrupción generalizada. Está bastante claro que son muchos más los que se dedican a tapar que los que se dedican a destapar y no es de extrañar que sea así. Para ser destapador hacen falta valor y principios, porque sabes que te van a disparar por todos lados; para tapador, en cambio, sólo se necesita carecer de dignidad y de escrúpulos y sabes que siempre te recompensarán con algún hueso al terminar. Por eso hay tantos sicarios y hacen tanta falta los héroes.