La Guerra de los Másteres está en pleno apogeo, cobrándose víctimas a diestra y siniestra. Se ha enconado de tal manera que los ríos de tinta que corren sobre ella van mezclados al cincuenta por ciento con veneno. Nada sorprendente, porque, como bien saben aquellos que siguen la telebasura, cuando se carece de argumentos, ideas y capacidad para generarlos, una buena bronca salpicada de insultos, descalificaciones y demagogia, te pone líder de audiencia en el acto. No hay ningún motivo para que no se pueda hacer lo mismo con los votos. Al fin y al cabo, hoy en día no se convence desgranando razonamientos. Eso fatiga a la audiencia. Hay que repetir las mismas consignas muchas veces, gritando más que el contrario.
Algunos se preguntan si merece la pena preocuparse por algo tan nimio. Un título sólo es un pedazo de papel adornado. Y tienen razón. Y una alarma es sólo un ruido estridente. ¿Por qué preocuparse cuando suena la de nuestra casa? ¿Porque es probable que nos estén robando? Pues lo mismo sucede en el caso anterior. Un papelito no es nada, pero la posibilidad de que alguien esté robando a la Universidad su prestigio, que es su bien más preciado, sí que nos debe de preocupar y mucho. Multitud de familias han hecho enormes sacrificios económicos para que sus hijos puedan tener un título universitario. Multitud de estudiantes se han dejado las cejas sobre los libros para conseguirlo. Si ahora no valen nada porque a algunos se los regalaron, les han robado su dinero y su sudor e insultado gravemente su esfuerzo.
Las garrapatas son bichitos insignificantes, incapaces por si mismas de dañar a un humano, por gordas que lleguen a ponerse. Pero trasmiten una bacteria que causa estragos en el cuerpo si no se trata a tiempo. Con las garrapatas políticas pasa lo mismo. Lo peor no es lo mucho que engorden con nuestra sangre, es la enfermedad que trasmiten la que acaba por drenar toda la energía del cuerpo social si no se erradica.