Los humanos somos gente sociable por naturaleza. No quiero ni pensar lo que debieron sufrir nuestros ancestros homínidos para poder cotillear a base de gestos y gruñidos, antes de que la evolución les diera la palabra. Y no nos basta nuestro entorno cercano, necesitamos que nuestros pensamientos (o lo que sea) lleguen más lejos. Eso fue lo que nos impulsó a inventar cosas tan geniales como las alpargatas, las vías de comunicación, la escritura y el Whatsapp. Así hasta llegar a un mundo actual tan conectado que sabemos qué habrá de cena en casa del vecino antes de empezar a preparar la nuestra. Por eso los problemas de comunicación que hemos tenido que sobrellevar en este año infausto nos han afectado tanto.
A nivel comarcal, sin ir más lejos, ha sido un desastre; empezando por ese maravilloso arreglo que han hecho en la AS-15 (que todos critican, pero nadie arregla), gracias al cual, podemos elegir entre llegar a Oviedo entre quince y treinta minutos mas tarde o entre cincuenta y doscientos euros más pobres. No olvidemos tampoco el genial desempeño de nuestra red de comunicaciones en las dos últimas nevadas. Justo debajo de mi casa, aún hay cuatro postes de teléfono sosteniendo el tendido y dos, colgando de él; toda una metáfora del funcionamiento de nuestro país y del “enorme esfuerzo que estamos haciendo para mejorar las condiciones de vida en las zonas rurales y fijar población”. Fijo, poquito, y móvil, aún menos.
En Asturias, la llegada del frente electoral fue desplazando el anticiclón político que normalmente tenemos encima y está provocando bastantes tormentas. Es asombroso como una llamada a las urnas hace que unos tipos que llevaban tres años comiendo juntos amigablemente se pongan a pelearse desesperadamente. Sería incluso divertido si no fuese porque, en las peleas políticas, la mayoría de las tortas se las llevan los ciudadanos. Y me quedó Cataluña y su república de idiotas y Trump (¿Quién dijo que USA había ganado la Guerra Fría?). ¡Ahh, qué año! Esperemos que el siguiente mejore.